domingo, diciembre 16, 2018

De tigres y hombres













Tengo por costumbre no pensar en lo que pudo ser, no rumiar el pasado, y a veces hasta no calentarme la cabeza con el futuro. 

Las dos primeras enseñanzas las obtuve gracias a múltiples sinsabores y a las generosas enseñanzas de otras personas. Clave en ello fue aprender que todo lo que alguien -nosotros mismos incluso- hace, lo realiza con la mejor intención, que incluso cuando alguien hace algo mal, cuando daña a otro o a sí mismo, es porque en ese momento lo ve como el curso de acción adecuado, o la única salida.

Ejemplos de esto lo vemos en la política española y mundial, con el voto al Brexit, a Donald Trump o a cualquiera que prometa que nos va  a proteger. Lo vemos cuando levantamos la voz a aquellos que amamos o cuando seguimos aguantando una situación que nos daña y disminuye como personas, pero a la que no vemos alternativas.

Respecto a no mirar demasiado el futuro, es resultado de mi carácter optimista, o sencillamente simplón, y al miedo que a mí también me da el futuro, lo que va a pasar, lo que le va a ocurrir a las personas que quiero. Así que hoy me asomo a este diario, a estas páginas donde me retrataba para entenderme y compartirme, y no se si tengo algo que decir. Algo que merezca la pena leer y recordar luego.

Tengo miedo del dia a dia, tengo miedo a los cambios inevitables que vienen con la edad, con el crecimiento de los hijos, con el desgaste de la sociedad y las relaciones. Si me pongo a pensarlo tengo mucho miedo. Y el miedo me agarra la garganta y no puedo respirar. 

Y luego pienso que el miedo es solo un mecanismo de huida o lucha, un incendio hormonal y neuronal cuyo humo impide ver el bosque. Y que si la vida es una escalera que va debemos bajar -un amigo dice que soy un optimista por dibujarla cuesta abajo- Si bajamos esa escalera tan larga y tan alta, no podemos estar mirando muy lejos porque nos dará vértigo y hasta miedo ver lo que nos falta, lo que podemos caer. Y si bajamos mirando hacia atrás, al pasado, lo más probable es que nos caigamos y nos demos un buen porrazo. 

Para mí la solución con la vida y la escalera es fijarse bien en cada paso que damos, en solo unos pocos escalones cada vez, que siendo conscientes de que la escalera es larga y tenemos por delante muchas cosas, no perdamos el hilo de lo que hacemos, de las personas y placeres- de esas personas que son un placer de conocer. Algún día la escalera ha de llegar a su fin, pero que lleguemos por nuestro propio pie, sintiéndonos bien con los pasos que hemos dado, aceptando las decisiones que asumimos y sobretodo, no echando en falta haber prestado atención a aquellos que nos acompañaron en el camino.

Cada minuto, cada segundo es precioso e irrepetible, y al menos por un momento se siente maravilloso haber vuelto a estar aquí. Gracias.