miércoles, abril 30, 2008

Me llamo Earl, y creo en el Karma






















Bueno, yo también creo en el karma. No exactamente como el protagonista de la serie, que es atropellado mientras celebraba haber ganado la lotería -acababa de robar el dinero del boleto. Earl descubre en la televisión del hospital lo que es el karma y recapacita sobre una vida llena de malas acciones, en que cada vez que le pasaba algo bueno, inmediatamente una desgracia equilibraba las cosas. Decide hacer una lista con sus malas acciones -259 que irán aumentando al recordar- para evitar que el karma le vuelva a atropellar o algo peor aún.

Con el paso del tiempo Earl va cambiando el mundo que le rodea e incluso a las personas que tiene cerca. Y lo que empieza haciendo por miedo se acaba convirtiendo en su actitud ante la vida.

Empecé la serie poco a poco, pero el karma me recompensó por haber compartido otras cosas con los amigos, y me prestaron las dos primeras temporadas en DVD. Los personajes y situaciones son divertidos, el ritmo ágil -20 minutos cada episodio- y sin miedo a lo políticamente correcto, tiene algunas frases y situaciones de lo más interesantes.

Earl cree en el karma. Su karma es instantáneo, una fuerza de tirabuzón que te compensa y castiga por tus acciones y conciencia, y que de vez en cuando te pone a prueba. Si sales reforzado moralmente de la prueba en el futuro algo bueno encajará con tu nueva conciencia o con lo ocurrido. Si actúas con mezquindad, no esperes tener suerte. Ah!, y el karma calcula a veces a largo plazo y con retintín.

He mirado un poco por mi biblioteca y por la Wikipedia, antes de ponerme a escribir todo esto. En el hinduismo el karma como fuerza equilibradora se ejerce de una vida a otra. Si eres ciego quizás en otra vida fuiste un médico que cegó a un paciente por mezquindad o le quitaste la vista a alguien en un acto de violencia. Si eres favorecido por la fortuna y próspero, sufriste meritoriamente en otra vida. O todo lo contrario. De este modo se justifican los desequilibrios sociales. Si eres pobre, te lo mereces, algo hiciste. Y deja a los ricos en paz.

Incluso en el hinduismo hay una interpretación equilibradora de esto. Si no ayudas a los demás a mejorar su situación, aunque quizás se lo merecieran por sus acciones pasadas, estás generando un karma negativo para otra existencia.

En el budismo el karma pertenece más al aquí y ahora. Las malas acciones tienen malas consecuencias en esta y en futuras vidas que te ayudan a entender la moralidad de tus hechos y a mejorar tu vida. Además el budismo cree en la importancia de los pensamientos, de las palabras, de los actos y finalmente de los hábitos como representación de la persona. Ahí es nada.

¿Que pienso yo? Creo en una simetría y equilibrio en el universo. No hay necesariamente una fuerza llamada Karma, porque no hay una separación real entre las personas y entre ellas y el mundo. Todo lo que le hago a los demás me lo estoy haciendo a mi mismo, y al revés. Todo tiene consecuencias. Si conduzco más rápido consumiré más combustible y corro el riego de quedarme sin gasolina. Si entro en la cama con los zapatos puestos voy a necesitar un rápido cambio de sábanas. Y cada vez que subo una montaña descubro que era capaz de hacerlo.

Creo sinceramente que somos lo que hacemos, algo que a veces me incomoda mirando la lista habitual de mis acciones. Pero también somos seres en continua evolución. Recorremos nuestra vida, nuestra biografía, como si condujéramos entre la niebla. Podemos intuir donde vamos, pero no lo veremos hasta llegar allí. De como conduzcamos y disfrutemos el camino y a los que encontremos, dependerán muchas cosas, la más importante el propio camino.

lunes, abril 28, 2008

Paradojas, de Eduardo Galeano

























Si la contradicción es el pulmón de la historia, la paradoja ha de ser, se me ocurre, el espejo que la historia usa para tomarnos el pelo.

Ni el propio hijo de Dios se salvó de la paradoja. Él eligió para nacer, un desierto subtropical donde jamás ha nevado, pero la nieve se convirtió en un símbolo universal de la navidad desde que Europa decidió europear a Jesús. Y para más inri, el nacimiento de Jesús es, hoy por hoy, el negocio que más dinero da a los mercaderes que Jesús había expulsado del templo.

Napoleón Bonaparte, el más francés de los franceses, no era francés. No era ruso José Stalin, el más rusos de los rusos; y el más alemán de los alemanes, Adolfo Hitler había nacido en Austria. Margherita Sarfatti, la mujer más amada por el antisemita Mussolini, era judía. José Carlos Mariátegui, el más marxista de los marxistas latinoamericanos, creía fervorosamente en Dios. El Che Guevara había sido declarado completamente inepto para la vida militar por el ejército argentino.

De manos de un escultor llamado Aleijadinho, que era el más feo de los brasileños, nacieron las más altas hermosuras del Brasil. Los negros norteamericanos, los más oprimidos, crearon el jazz, que es la más libre de las músicas. En el encierro de la cárcel fue concebido Don Quijote, el más andante de los caballeros. Y para colmo de paradojas, Don Quijote nunca dijo su frase más célebre. Nunca dijo, ladran sancho, señal que cabalgamos.“

Te noto nerviosa”, dice el histérico. "Te odio", dice la enamorada. "No habrá devaluación" dice, en vísperas de devaluación, el ministro de Economía. "Los militares respetan la Constitución", dice en vísperas del golpe de estado el ministro de Defensa.

En su guerra contra la revolución sandinista, el gobierno de los Estados Unidos coincidía, paradógicamente con el Partido Comunista de Nicaragua. Y paradójicas habían sido, al fin y al cabo, las barricadas sandinistas durante la dictadura de Somoza: las barricadas que cerraban la calle, abrían el camino.

sábado, abril 26, 2008

La vida en una zapatilla

















Hoy se me ha roto una zapatilla de andar por casa.

No ha sido intencionado. Estaba emulando a Pirsig y aprendiendo a reparar mi bicicleta y al levantarme, rass... El pie se ha ido con la parte de arriba, y la suela y parte del fieltro por otro lado.

Empieza a hacer calor para llevar pantuflas, y estaban ya gastadas del uso diario. No las arreglaré. Estamos en una sociedad donde sale más barato comprar que reparar, y por tan poco no voy a aprender también el oficio de zapatero.

Así que toca tirarlas. Las dos, la que está aún bien tras la rota, que está mal visto llevar calcetines de distinto par, y peor aún el calzado. Pero este acto tan tonto, en una mañana en que iba a subir a una gran superficie comercial - una vez o dos veces al año- me ha retrotraído a cuando hace un año y medio los dos subimos a esa gran superficie, y entre otras cosas compramos estas zapatillas.

Digo los dos porque aunque pareja, tampoco estuvimos tan unidos que fuéramos uno, como mucho un solo barco a punto siempre de naufragar entre tormentas y desacuerdos. Un solo bando algunas veces y un único sueño compartido en las reconciliaciones.

De todo un año de vida, de complicaciones, caricias y heridas me quedaba ahora, casi un año después de la ruptura, unas zapatillas.

Zapatillas que he tirado a la papelera de mi cuarto. Habitación al que me mudé al poco de conocerte, y que es una sola de las muchas cosas que sin ser tuyas, aparecieron en mi vida porque existías.

Fuiste muros que superar, galerna contra la que luchar, enemiga íntima. También maestra, escuela de lo bueno y malo, de lo que quiero y lo que no. Y mientras todo eso ocurría, tuvimos momentos que no se han de olvidar.

No volveré a comprarme unas zapatillas como estas, ni volveré a desear que volvamos. Pero en este momento en que tiro unas zapatillas viejas, la vida se me antoja un lugar más extraño, más triste y hermoso.

viernes, abril 25, 2008

Intoxicado de cielo


















No lo suelo recordar, pero el cielo está siempre ahí, en todas partes. Puede estar oculto por el techo, por arboles o edificios. Puedes tener los ojos cerrados, o sentirte tan atado al suelo que tu mirada permanezca fija en el asfalto o el polvo.

Un dia o una noche, por alguna casualidad, la mirada se alza y permanece libre para poder ver lo que no es inmediato, lo inutil. Lo imprescindible, como el cielo.

El otro dia comencé a subir a la universidad en bicicleta. El camino sigue un buen rato la orilla del rio Segura, escasa de agua pero aún verde. En el horizonte veo indicios de colinas, pueblos lejanos, algunos edificios que extienden la ciudad más lejos. Por encima del horizonte, llenándolo todo, el cielo.

Cielo azul, con algunas nubes que reafirman ese color casi olvidado. Cielo inmenso, que se extiende en todas direcciones. Casi media hora de cielo. Mires donde mires está allí. Inagotable, inposible de medir, de cruzar o entender.

Tras esta inmersión de azules e infinitos la mente se detiene, porque no puede comprar ni cortar ni vender. No hay comparación exacta ni principio ni final. Solo el cielo, el sol, algunas nubes que viajan sin destino. La cabeza se detiene poco a poco, por lo infructuoso de su labor.

Y quien baja al poco de la bicicleta es otro, más sencillo. Por un rato.

The Cathedral

miércoles, abril 23, 2008

La historia que pudo ser, de Eduardo Galeano



















Cristóbal Colón no consiguió descubrir América, porque no tenía visa y ni siquiera tenía pasaporte.
A Pedro Alvares Cabral le prohibieron desembarcar en Brasil, porque podía contagi ar la viruela, el sarampión, la gripe y otras pestes desconocidas en el país.
Hernán Cortés y Francisco Pizarro se quedaron con las ganas de conquistar México y Perú, porque carecían de permiso de trabajo.
Pedro de Alvarado rebotó en Guatemala y Pedr o de Valdivia no pudo entrar en Chile, porque no llevaban certificados policiales de buena conducta.
Los peregrinos del Mayflower fueron devueltos a la mar, porque en las costas de Massachusetts no había cuotas abiertas de inmigración.

La confusión























Cuando la confusión aparece, todo se siente fuera de sitio. El reloj lleva un ritmo sincopado, de corazón ya viejo, y mientras buscas caminos en el cielo, vadeas y chapoteas el asfalto.

Se siente raro. Tu cabeza vuelve a zumbar y cuchichear, como una ciudad pequeña al mediodia, y las horas de sueño nunca bastan. Hay apetito, y luego se aburre la comida en el plato.

No tengo miedo, no. O al menos solo un poquillo de angustia. Angustia de poema surrealista, de saberse en un sueño que aún durará. De tarde de televisión y teletienda.

Estos dias han llegado por los excesos de fin de semana, por las decepciones de fin de semana, por las verdades que descubres en fin de semana, y que no estás muy dispuesto a encajar. Y mientras se reordenan las endorfinas, se olvida lo que no puede aceptarse, y se cambian los nombres y adjetivos de lo que definitivamente ha cambiado, reina la confusión.

Cuesta madrugar, cuesta hacer cosas que no sean imprescindibles, y en el rostro siento la persistente caricia del angel del sueño perdido. Doy una vuelta y me encuentro en los cruces de caminos que creia ya atrás. De nuevo, aunque ya conocidas, se presentan viejas y amigables oportunidades para el desastre, antiguos problemas y conflictos.

Pero es solo la confusión. Que te lleva dando vueltas de un lado a otro, que juega con el sol y con la brújula. Mañana, o quizás pasado, todo volverá a su sitio. Se habrá olvidado o perdonado todo. El mundo será un poco distinto para seguir igual, y yo no sentiré tantas ausencias, porque quien tiene que estar aquí ya esta conmigo, y el resto, no importa.

Solo es la confusión...

sábado, abril 19, 2008

Manea Cu Voca, de Fanfare Ciocarlia

El señor de las ciudades, de Lord Dunsany

EL SEÑOR DE LAS CIUDADES


Me topé un día con un camino que erraba tan sin destino que se adecuaba a mi ánimo y lo seguí; y me llevó sin demora a las profundidades de un bosque. En medio de él, en cierto sitio el Otoño tenia su corte coronada de espléndidas guirnaldas; y era víspera de su festival anual del Baile de las Hojas, el festival cortesano en el que el Invierno hambriento se precipita como la chusma, y resuenan allí los clamores del Viento del Norte que triunfa; y todo el esplendor y la gracia de los bosques desaparece y huye el Otoño destronado y olvidado para nunca volver. Seguir
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Otros Otoños se levantan, otros Otoños, que sucumben ante otros Inviernos. Otro camino conducía a la izquierda, pero el mío continuaba recto. El camino de la izquierda tenía aspecto transitado; había huellas de ruedas en él y parecía ser el que con tino debía seguirse. Daba la impresión de que nadie tuviera nada que hacer con el camino que continuaba recto colina arriba. Por tanto, continué recto colina arriba; y aquí y allí en el camino, crecían hojas de hierba imperturbadas en el reposo y la quietud que se había ganado el camino con subir y bajar por el mundo; porque se puede ir por este camino, como por todos los caminos, a Londres, a Lincoln, al Norte de Escocia, al Oeste de Gales y a Wrellisford, donde los caminos acaban. En seguida el bosque llegó a su término y llegué a campo abierto y, al mismo tiempo, a la cima de la colina; vi los sitios elevados de Somerset y las colinas de Wilts extenderse a lo largo del horizonte. De pronto vi por debajo de mí la aldea de Wrellisford sin otra voz en sus calles que la del Wrellis que rugía al verterse en una esclusa por sobre la aldea. De modo que seguí mi camino cuesta abajo desde la cima de la colina y el camino iba haciéndose más lánguido a medida que descendía por él y cada vez menos concentrado en los cuidados de una carretera. Aquí brotaba una fuente en pleno camino y allí otra. Él seguía como si tal cosa. Un arroyo lo atravesaba y él avanzaba aún. De pronto exhibió precisamente la cualidad que un camino nunca debe poseer y renunciando a toda conexión con Caminos Reales, a su parentesco con Piccadilly, se redujo a un mero sendero que sólo podía transitarse a pie. Me condujo entonces al viejo puente que se tendía sobre el arroyo y, de ese modo, llegué a Wrellisford y encontré, después de haber recorrido múltiples tierras, una aldea que no tenía huellas de ruedas en sus calles. Al otro lado del puente, mi amigo el camino se afanaba cuesta arriba unos pocos pies por un declive cubierto de hierbas, y acababa. Una gran quietud descendía sobre toda la aldea, sólo atravesada del rugido del Wrellis y, ocasionalmente, del ladrido de un perro que vigilaba la quietud interrumpida y la santidad del camino intransitado. Esa terrible y devastadora fiebre que, a diferencia de muchas pestes, no viene del Oriente sino del Occidente, la fiebre del apuro, no había llegado aquí; sólo el Wrellis se apresuraba en su eterna búsqueda, pero era el suyo un apresuramiento sereno y plácido, que le daba tiempo a uno para una canción. Era temprano por la tarde y no había nadie en derredor. O se encontraban trabajando más allá del misterioso valle que alimentaba a Wrellisford y la ocultaba a los ojos del mundo o se mantenían recluidos en sus casas de construcción antigua, techadas con tejas de piedra. Me senté en el viejo puente de piedra y observé el Wrellis, que me pareció el único viajero que venía de lejos a la aldea en que los caminos terminan, para seguir luego de largo. Y, sin embargo, el Wrellis llega cantando desde la eternidad, se demora por un breve tiempo en la aldea en que terminan los caminos y sigue luego adelante hacia la eternidad otra vez; y con seguridad hace lo mismo todo lo que mora en Wrellisford. Mientras me inclinaba sobre el puente me pregunté dónde se toparía el Wrellis con el mar por primera vez, si mientras serpenteaba sereno por prados en su larga búsqueda lo vería de pronto y, saltando por sobre un rocoso escarpado le llevaría sin demora el mensaje de las colinas; o si ensanchándose lentamente en un gran estero alimentado por las mareas, le llevaría al mar el sobrante de sus aguas y el poder del río le saldría al encuentro al poder de las olas como dos emperadores vestidos de resplandeciente armadura se encuentran a mitad de camino entre sus dos ejércitos dispuestos para la guerra; y el pequeño Wrellis se convertiría en puerto para los barcos que retornan y en lugar de partida para los hombres aventureros.

Algo más allá del puente se erguía un viejo molino con el techo en ruinas y un pequeño ramal del Wrellis se precipitaba a través del vacío gritando como un niño que jugara solo en el pasillo de alguna casa desolada. La rueda del molino había desaparecido, pero había todavía esparcidas barras, ruedas dentadas, los huesos de alguna industria muerta. No sé qué industria fue otrora señor de esa casa, no sé qué séquito de trabajadores guarda ahora luto por ella; sólo sé quién es ahora señor en todas estas cámaras vacías. Pues tan pronto como entré, vi todo un muro recubierto de un maravilloso tapizado negro, inapreciable por inimitable y demasiado delicado como pasar de mano en mano entre los mercaderes. Contemplé la maravillosa complejidad de sus infinitas hebras; mi dedo se hundió en el más de una pulgada antes de percibir su tacto; tan negro era y tan cuidadosamente trabajado, tan sombríamente cubría toda la pared, que podría haberse fabricado para conmemorar la muerte de todo lo que alguna vez hubiera vivido allí, como en verdad sucedía. Miré por un agujero abierto en la pared una cámara interior en la que una correa de transmisión gastada se extendía entre varias ruedas y allí esta inimitable tela sin precio no meramente vestía las paredes, sino que colgaba desde barras y el cielorraso en hermosos cortinados, en maravillosos festones. Nada era feo en esta casa desolada, porque la afanada alma de artista de su actual señor lo había embellecido todo en su desolación. Era el inconfundible trabajo de la araña, en cuya casa me encontraba, y la casa era enteramente desolada, salvo para ella, y estaba totalmente sumida en el silencio con excepción del rugido de Wrellis y la voz de la pequeña corriente. Luego volví a casa; y mientras ascendía la colina y perdía la aldea de vista, vi el camino blanquearse, endurecerse y gradualmente ensancharse hasta que aparecieron huellas de ruedas; y siguió avanzando a lo lejos para llevar a los jóvenes de Wrellisford a las amplias sendas de la tierra: al nuevo Occidente, al misterioso Oriente y al perturbado Sur.

Y esa noche, cuando la casa estuvo acallada y el sueño se encontraba lejos silenciando los villorrios y trayendo paz a las ciudades, mi fantasía erró por el camino sin destino y me llevó de pronto a Wrellisford. Y me pareció que el tránsito de tantos viajeros durante tantos años entre Wrellisford y John o' Groat's, al conversar entre sí o musitar solitarios, le había dado una voz al camino. Y me pareció esa noche que el camino le hablaba al río junto al puente de Wrellisford, con la voz de muchos peregrinos. Y el camino le decía al río:

—Este es mi lugar de descanso ¿Y el tuyo?

Y el río, que no cesa nunca de hablar, respondió:

—Yo no descanso nunca de ejecutar el Trabajo del Mundo. Llevo el murmullo de las tierras interiores al mar y a las voces abisales de las colinas.

—Soy yo—dijo el camino—el que ejecuta el Trabajo del Mundo, y llevo de ciudad en ciudad el rumor de cada una de ellas. Nada hay más grande que el Hombre y la edificación de las ciudades. ¿Qué haces tu por el hombre?

Y el río respondió:

—La belleza y el canto son más grandes que el hombre. Yo llevo la nueva al mar de la primera canción del zorzal después de la furiosa retirada del invierno hacia el Norte. Y la primera tímida anámina se entera por mí de que está a salvo y que la primavera ha en verdad llegado. ¡Oh, la canción de todos los pájaros en primavera es más hermosa que el Hombre, y más deleitable que su cara es la llegada del jacinto! Cuando la primavera se desvanece en los días del verano me llevo con luctuosa alegría por la noche pétalo por pétalo la flor del rododendro. No hay procesión iluminada de reyes purpurados en la noche que sea tan bella. Ninguna muerte hermosa de hombre bienamado tiene semejante gloria de olvido. Y me llevo lejos los pétalos rosas y blancos de la juventud del manzano cuando el tiempo laborioso viene a hacer su trabajo en el mundo y a recolectar manzanas. Y cada día y todas las noches me arrebata la belleza del cielo y tengo maravillosas visiones de los árboles. Pero ¡el Hombre! ¿Qué es el hombre? En el antiguo parlamento de las más viejas colinas, cuando los encanecidos conversan entre sí, no dicen nada del Hombre, sino que se centran sólo en sus hermanas las estrellas. O cuando se envuelven en capas de púrpura al caer la tarde, se lamentan por algún viejo mal irreparable o, cantando algún himno de montaña, se conduelen todos por la puesta de sol.

—La belleza a que te refieres—dijo el camino—y la belleza del cielo, de la flor del rododendro y de la primavera sólo viven en la mente del Hombre, y salvo en la mente del Hombre, las montañas no tienen voz. Nada es hermoso que no haya sido visto por el ojo del Hombre. O si tu flor del rododendro fue hermosa por un instante, pronto se marchita y se ahoga y la primavera no tarda en acabar; la belleza sólo perdura en la mente del Hombre. Yo traigo de prisa pensamientos a la mente del Hombre todos los días desde lugares remotos. Conozco el Telégrafo, lo conozco bien; él y yo hemos andado centenares de millas en compañía. No hay tarea en el mundo salvo que esté destinada al hombre y a la edificación de las ciudades. Yo llevo y traigo bienes de ciudad en ciudad.

—En mi pequeña corriente que ves allí en el campo —dijo el río—solía otrora producir bienes para esa casa.

—Ah—dijo el camino—, lo recuerdo, pero yo los traje más baratos desde ciudades distantes. Nada tiene importancia salvo edificar ciudades para el Hombre.

—Sé tan poco de él —dijo el río—, pero tengo mucho que hacer: tengo toda esta agua que llevar al mar; además, mañana o el día después, todas las hojas del Otoño vendrán por aquí. Será muy hermoso. El mar es un lugar extremadamente bello. Lo sé todo a su respecto; oí a los pastorcillos cantar canciones sobre él y a veces, antes de una tormenta, llegan las grullas. Es un lugar enteramente azul y resplandeciente y está lleno de perlas; tiene islas de coral e islas donde abundan las especias; tormentas, galeones y los huesos de Drake. El mar es mucho más grande que el Hombre. Cuando llegue al mar, sabrá que he trabajado bien para él. Pero debo apurarme, porque tengo mucho que hacer. Este puente me demora un tanto; algún día me lo llevaré.

—Oh, no debes hacer eso—dijo el camino.

—Oh, no lo haré por un largo tiempo todavía—respondió el río—. Dentro de algunos siglos, quizás. Además, tengo mucho que hacer. Tengo mi canción que cantar, por ejemplo y eso, por sí solo, es más hermoso que ningún sonido hecho por el hombre.

—Todo trabajo es para el Hombre—dijo el camino—y para la edificación de ciudades. No existe belleza ni encanto ni misterio en el mar, salvo para los hombres que viajan por él al extranjero, o para los que permanecen en su casa y sueñan con él. En cuanto a tu canción, suena noche y mañana, año tras año en el oído de los hombres nacidos en Wrellisford; de noche forma parte de sus sueños, a la mañana es la voz del día y, así, se vuelve parte de sus almas. Pero la canción no es hermosa de por sí. Yo llevo a estos hombres con tu canción en el alma por sobre el borde del valle y mucho más allá todavía, donde soy un fuerte camino polvoriento, y ellos van con tu canción en el alma y la convierten en música que alegra a las ciudades. Pero nada es el Trabajo del Mundo, salvo el trabajo para el Hombre.

—Quisiera tener certeza sobre el Trabajo del Mundo—dijo el río—. Quisiera saber de cierto para quien trabajamos. Creo casi sin la menor duda que lo hacemos para el mar. Es muy grande y hermoso. No creo que pueda haber amo mayor que el mar. Creo que algún día estará tan lleno de encanto y misterio, tan lleno de los cencerros de las ovejas y el murmullo de las colinas escondidas en la niebla que nosotros los ríos le llevamos, que ya no quedará música o belleza en el mundo, y el mundo llegará a su fin; y quizá los ríos nos recojamos por fin, todos juntos, en el mar. O quizás el mar nos dé por fin a cada cual lo que le es propio y devuelva todo lo almacenado con los años: los pequeños pétalos de la flor del manzano, los llorados del rododendro y nuestras antiguas visiones de los árboles y el cielo; tantos recuerdos nos han dejado las colinas. Pero ¿quién puede saberlo? Porque ¿quién conoce las alas del mar?

—Ten seguridad de que todo es para el Hombre —dijo el camino—. Para el Hombre y la edificación de las ciudades.

Algo se había acercado con pasos del todo silenciosos.

—¡Paz, paz!—dijo—. Perturbáis a la noche principesca que, llegada a este valle, es huésped de mis oscuros recintos. Pongamos fin a esta discusión.

Era la araña la que hablaba.

—El Trabajo del Mundo es la edificación de ciudades y palacios. Pero no es para el hombre. ¿Qué es el hombre? Él sólo prepara las ciudades para mí y las sazona. Todas sus obras son feas, sus más ricos tapices son ásperos y torpes. Es un ocioso que mete ruido. Sólo me protege de mi enemigo, el viento; y el hermoso trabajo de las ciudades, los trazados curvos y los delicados tejidos, todos me pertenecen. De diez a cien años lleva la edificación de una ciudad, durante cinco o seis siglos más entra en sazón y se prepara para mí, luego yo la habito y oculto todo lo que en ella es fea; y trazo hermosas líneas de aquí para allá. No hay nada tan hermoso como las ciudades y los palacios; son los sitios más encantadores del mundo, porque son los más silenciosos y los que más se parecen a las estrellas. Son ruidosos en un principio, durante cierto tiempo, hasta que yo llego a ellos; tiene rincones feos que no han sido todavía redondeados y ásperos tapices; entonces están listos para mí y mi exquisito trabajo, y así se vuelven silenciosos y bellos. Y allí recibo a las noches principescas cuando llegan enjoyadas de estrellas y todo su séquito de silencio, y las regalo con polvo precioso. En una ciudad de la que tengo conocimiento, ya cabecea adormilado un centinela solitario cuyos señores están muertos, que se ha vuelto demasiado viejo y somnoliento como para expulsar el denso silencio que infecta las calles; mañana iré a ver si se encuentra todavía en su puesto. Para mi se construyó Babilonia y la rocosa Tiro; y los hombres todavía construyen mis ciudades. Todo el Trabajo del Mundo es la creación de ciudades y yo soy la que las hereda todas.

miércoles, abril 16, 2008

Ayunos, hambres psicologicas y cenas




















Hace un mes y pico estuve enfermo y me quedé otra vez en los huesos. Son los riesgos de esta constitución ligera, estas prisas existenciales y cuidarse poco.

Desde entonces duermo lo que puedo y media taza más, y me como lo que por delante se pone. Ganar peso es un problema, porque heredé un metabolismo que trata los carbohidratos como a la pepsi sin calorias, y si me empeño parezco Carpanta. Yo, que me sentia tan feliz con mis 68 kilos de dias antes de enfermar, y nunca he superado los 73, ni siquiera lo adecuado para mi estatura.

Dice el refrán que Dios le da pan al que no tiene dientes, y así estoy yo, rodeado de gente que mira los bocatas de tortilla de perfil y tira de lo ligth. Y al final he acabado cansado de tanto comer, de forzarle la mano a mi propio cuerpo. El otro dia, aprovechando que tenia un dia tranquilo y algo indigesto en esa semana no cenar ensaladas y comer pizzas, ayuné.

¿Ayuno? Sí, no comí nada. Como estaba en el trabajo y no podia pasarme el dia sentado, bebí zumo y alguna infusión. La jornada pasó muy bien, igual que puedo comer bastante, no soy hambrón y con el zumo no sentí bajadas de azúcar ni debilidades. Llego la noche y me levanté al día siguiente con una sensación fantástica, de descanso, ligereza. Como si estrenara un cuerpo nuevo. Luego comencé a comer poco a poco, verduras, algo de fruta y cereales, y excepto por la cerveza con que casi me emborracho, sin novedades.

Sigo queriendo recuperar mi peso normal - o no aceptando que esta pinta de faquir sea la mia. Pico durante todo el dia, sin pasarme, pero cada vez me parece más inevitable que esto va a pasar por hacer ejercicio, que para regular este cuerpo mio, le tengo que devolver el equilibrio y el esfuerzo para el que estoy programado. Pero la sensación tras hacer el día de ayuno ha sido tan buena, a nivel de sensaciones físicas incluso de consciencia, que quiero repetir dos o tres veces al mes .

¿El ayuno? Se lo copié a un vegetariano de cincuenta y tantos que ayunaba todos los sábados y parecía físicamente mi hermano mayor.

Lo más gracioso de todo fue, que mi cabeza acostumbrada al trajín de picar, comer y tragar evocaba ansias artificiales de comer sin que sintiera realmente ninguna hambre. Imágenes de aperitivos, pollos asados, patatas con ajo y otras cosas. Y es que cuesta dejar de lado las costumbres, incluso la de comer.

Smashing Pumpkins - 1979



No fue mi vida, pero siento que pudo haberlo sido.

Toda una época, una turbulencia que parecía no entender de tiempo ni de medidas, terminó. La adolescencia, un cruce de caminos en que muchos fuimos víctimas tanto de nuestro pasado como de los cambios e incertidumbres de nuestro futuro. Angustia, cambios, acne, y la sensación de no pertenecer a ningún sitio ni a ninguna esperanza.

Todo pasa, pasará también este momento, esta edad joven que luego será mediana, y llegaran si hay suerte, otras de las que apenas puedo hacerme una idea.

Lo único continuo es la consciencia que recuerda, pues incluso el interprete varia, contento, triste, ansioso o aburrido. ¿Recordáis aquellos años?

sábado, abril 12, 2008

Los indios -4-, de Eduardo Galeano


























En la isla de Vancouver, cuenta Ruth Benedict, los
indios celebraban torneos para medir la grandeza de los
príncipes. Los rivales competían destruyendo sus bienes.
Arrojaban al fuego sus canoas, su aceite de pescado
y sus huevos de salmón; y desde un alto promontorio
echaban a la mar sus mantas y sus vasijas.

Vencía el que se despojaba de todo.

miércoles, abril 09, 2008

Resistencia





















¿Os habeis resistido a lo razonable?

A ir al médico cuando duele algo, a dormir cuando tienes sueño, a parar cuando estás agotado...

A escuchar a los que te quieren, a reconocer tus errores, a hacer la colada.

Aquí el tate ha pasado dos dias arrastrando algo de sueño, llegando tarde por la mañana a las prácticas y no haciendo siesta porque sí. En lugar de acostarme temprano he compartido ratos estupendos con mis compis de piso, visto la tercera temporada de Doctor Who y otras cosas que molan, pero que podian hacerse en otro momento. ¿Por qué?

Porque no queria soltar el control, no queria parar. Y eso aún sabiendolo, habiendolo pensado mil veces, hablando y escribiendo de ello...

Hoy he hecho cuarenta minutos de siesta. He renunciado al control, a hacer cosas, y me he levantado nuevo.

Es increíble como cuarenta minutos pueden cambiar tu vida. Si yo hago todas estas tonterías, pensando tanto en estos temas, si soy inconsciente y me resisto, puede que te pase a ti también.

Resistirse es a veces mentirse,mirar a otro lado. No reconocer la verdad, engañarse. Dejar que tu mente haga las cosas porque si, porque apetecen. Pero hacerlo sin cabeza. No te digo que controles lo que haces, sino lo contrario, que dejes de controlarlo todo. Que te rindas a la verdad, a tu naturaleza.

Si no te gusta como eres puedes aceptar la verdad y mejorar, o simplemente aceptarte. Pero no te resistas por sistema. Es como una carrera en la que no puedes parar. Hasta que te agotas y llega el desastre.

martes, abril 08, 2008

El valor del vacio


























¿Cuando fue la última vez que hiciste nada?

No quiero decir dejar de trabajar. Ni tirarte al sofá un rato.

Tampoco estoy hablando de descansar suficiente, y vive dios que a muchos nos hace falta. Ni de hacer el tonto un rato. O meditar

Quiero decir no hacer nada. Dedicar un rato a ninguna ocupación. A nada. Sin sonido, sin luz, sin pensamiento, sin voluntad.

Parece imposible, ¿verdad? Y a cierto nivel lo es, tenemos un cuerpo que no se detiene, una mente inquieta, y una consciencia aturdida por debajo de estos. Las dos primeras nos alejan del vacío, sobretodo la mente.

Mente que teme al vacío, e igual que en el arte árabe, rellena todo de ruido, de tareas inútiles en último término, cuando no perniciosas.

Pero el vacío existe. No lo podemos tocar, ni ver, ni escuchar, pero existe. O mejor dicho no-existe del mismo modo en que las cosas son. Pero es fundamental para el mundo. Sin el las cosas no tiene lugar, referencia y a veces sentido.

Llenamos nuestra vida de actos y deseos, pero no aceptamos el vacío. Pararse, callarse, olvidarse. Y eso es necesario para poder moverse, escuchar y entender.

Ayer dediqué un rato al vacío. La primera lección de mi nuevo maestro -externo- Fue un vacío con bastante ser, pero mucho menos lleno que cualquier momento de mi vida cotidiana. Y estuvo muy bien. El vacío dio lugar a cosas que tienen difícil manifestarse en un mundo compulsivo, atestado, rígido.

Me encanta!

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Tao te king 11


Unimos los radios de una rueda,
pero es el agujero central
lo que permite que el carro se mueva.

Torneamos la arcilla para hacer una vasija,
pero es el vacío interno
lo que contiene aquello que vertemos en ella.

Hincamos estacas para construir una cabaña,
pero es el espacio interior
lo que la hace habitable.

Trabajamos con el ser,
pero es el no-ser lo que usamos.

domingo, abril 06, 2008

Morir, renacer, expandirse...


















Una etapa se ha terminado, y con ella un sueño.

Una idea de mi mismo, de lo que iba a hacer, a ser. De con quien iba a estar y que iba a ser de mi vida. Una alfombra imaginaria -porque las cosas las imaginamos antes de vivirlas- que al ser retirada bruscamente de bajo mis pies me dejó en el suelo, magullado, dolido y con un sabor a pérdida e injusticia.

Problemas que vienen de identificarse con sueños, de querer atrapar el tiempo y el mundo en el puño, para asegurarnos de no perder, que no vamos a caer. Que no moriremos.

Pero eso es necedad, tonteria, un error. Yo lo se. Por mis lecturas, por mis noches dandole vueltas a libros viejos. Apenas un poco por todas mis derrotas y esos triunfos que han perdido el brillo. Pero el conocimiento aprendido de memoria es solo una muletilla, algo a lo que recurrir cuando ya estás en el suelo.

Ahora estoy de nuevo en pie. He podido cerrar la puerta y buscado una nueva de modo febril, urgente de renovar y encontrar. La misma voz que habia querido atrapar en ambar el tiempo me pedia ahora que empezara esta nueva etapa y que alcanzara una nueva arcadia que fuera para siempre. Aprendemos poco y despacio, me temo. Por suerte, algo se queda, y más cuando te das tiempo para pensar y para vivir.

Las últimas semanas he estado meditando con mucha intensidad, buscando febrilmente una solución en esta práctica. Y me ha ayudado, a contener la voz en mi cabeza, a dormir bien, e incluso a mejorar mi atención, que necesito entre otras cosas para estudiar. Pero solucionar el mundo y la vida es verlos como son realmente. Aceptarlos.

He estado buscando maestros, y la salvación en pasta. He visitado un dojo estupendo, y aunque lo recomiendo, me he dado cuenta que en este momento no necesito luchar, ni demostrarle a nadie nada. El lugar donde resolver los problemas es la vida cotidiana, y sobretodo, mi interior. He llamado, he buscado y finalmente lo que buscaba estaba al alcance de mi mano desde hace varios meses. Así de listo y superficial soy.

Me han salido maestros hasta debajo de las piedras. Pero ninguno es el maestro que necesito. Unos se han puesto turbante, para impresionar a los turistas de la espiritualidad, y salir mejor en las fotos. Otros me han propuesto aventuras y futuros gloriosos, aunque no nos conocemos. O unas clases sencillas una vez por semana, con las que empezar a aprender o tranquilizar mi conciencia. E incluso un tal señor Li me prometió poderes especiales.

El maestro está en mi. El que me conoce, el que sabe como puedo vencerme, derrotarme, morir y volver a ponerme en pie. Ese al que apenas conozco, como no nos conocemos la mayoria, ahogados en ruido, en confusión, en la persecución de cosas que no necesitamos ni nos convienen.

Me decia ayer el experto en meditación con menos pinta de santo que puedas encontrar, que estoy cerca, que es esa prisa por llegar lo que me está dando problemas, impidiendome llegar. Debo darme mi tiempo, no crecer demasiado en esta nueva etapa. Darme tiempo para aprender y expandirme muy despacio, porque todo lo que crece mucho se vuelve demasiado grande, se agota y muere. Y creo que este camino que llevo hoy es interesante. Si le doy tiempo.