domingo, diciembre 30, 2007

Yo estoy vivo, y tu también































De verdad que estamos vivos. Podemos haberlo olvidado entre compras, recados, anuncios y sueño. O puede que estemos demasiado ocupados trabajando para darnos cuenta. Pero estamos vivos.

Estar vivo significa muchas cosas. Podemos crecer aún, seamos jóvenes o viejos. Podemos aprender.

Los males del presente son los frutos de los problemas de ayer, estoy de acuerdo. Pero lo que ocurrirá mañana está pasando ya hoy, y es ahora cuando puedes enderezar, atajar y controlar las cosas antes que crezcan demasiado.

Es hoy cuando lloras y sufres, y cuando puedes ser feliz, cuando se da el tiempo para todas esas cosas que algún dia harás... Te prometo por experiencia propia que lo que dejes para mañana quizás no llegue nunca a pasar.

Estamos vivos. Tu y yo. Es un milagro, algo increíble. Nadie parece haber contado con nosotros para darnos la vida, y es un privilegio, un regalo que no podemos saber cuanto durará. Hagamos suposiciones, confundamos esperanzas y sueños con estadísticas, comamos verdura e incluso preparemos una buena jubilación. Y puede que sin importar esto, ese regalo inesperado, el aliento, la luz y la esperanza deban ser devueltos sin ningún aviso previo.

¿Que podemos hacer entonces? Mientras dure la luz, vivir.

¿Que es vivir? Solo puedes saberlo tu, pero no esquives la pregunta. No creo que haya modo correcto de existir, pero hay solo una questión que responder cuando baje el telón. ¿Estás satisfecho con la vida que elegistes?

Ayer tuve un accidente de coche. Estoy bien, con una contusión y ningún daño grave o permanente, ni en mi coche ni en el otro. Pero podría haber pasado cualquier cosa. Soy afortunado. Estoy vivo. Tu también.

miércoles, diciembre 26, 2007

A France...




























Aqui estoy, en Francia.


Fueron como veinte horas de viaje en un sentido, y otras veinte proximamente de vuelta que merecen totalmente la pena.

He tenido una gran suerte por poder disfrutar de este vaje, de la cocina francesa, porque mis anfitriones son agradabilisimos, y sobretodo porque nada es como lo esperaba.

Hay una costumbre limitadora y casi triste que sufrimos muchos; estar imaginando y dandole vueltas a lo que esta por venir. Y creo firmemente que el peor crimen que podemos cometer contra nosotros mismos es no vivir nuestra existencia con verdadera intensidad, disfrutando cada minuto por lo que es y lo que nos puede dar.

Recuerdo ahora una pintura clasica oriental. Retrata juntos a los tres padres de sus principales tradiciones, el confucionismo, el budismo y el taoismo. Estan probando un vaso de vinagre.

Confucio muestra un rostro triste. Es su deber probar el vinagre, pero realmente su sabor es desagradable.

Buda tiene un rostro ecuanime pero serio. El vinagre -el sufrimiento, amigos- es parte de la vida y hay que aceptarlo cuando viene.

Es el tercero, Lao Tse, el unico que sonrie. Esta alegre porque tiene la oportunidad de saborear el vinagre, y el vinagre esta bueno. Siempre y cuando no le pidas al vinagre que sepa de otro modo que no sea el suyo.

Bueno, pues estos dias me estan dando mucho que pensar. No porque lo pase mal, sino porque en un ambiente extrano me siento estimulado a examinar cada cosa, instante y persona y disfrutarlo lo maximo posible. Y se me estan ocurriendo algunas ideas sobre temas que tenia bloqueados.

Sera la cocina francesa?
Sera cosa de la aventura?
O sera que estoy por fin de vacaciones?

Sea como sea estar merece siempre la pena, incluso cuando pasas por dias tristes como los anteriores al viaje, cosas buenas estan siempre por llegar.

Un abrazo

domingo, diciembre 23, 2007

Llorar o también reir. En algún desierto, de Esclarecidos




















Hay gente a la que atan
y gente que se desata
algunos en el silencio oyen ruidos
y otros caminan en el vacío.

A veces en el circo hay corbatas
y sexo en la butaca de casa
no dejes a nadie sin desatar
si después de hoy está mañana.

EN ALGUNA CIUDAD HABRA
UN TAXI QUE CONDUZCAS TU
Y ALGUN DESIERTO
EN QUE NOS ENCONTRAREMOS LOS DOS.

No hagas nunca lo que has hecho
si es que existe algo nuevo
porque la vida es un pañuelo
para guardar en cualquier bolsillo.

EN ALGUNA CIUDAD HABRA
UN TAXI QUE CONDUZCAS TU
Y ALGUN DESIERTO
EN QUE NOS ENCONTRAREMOS LOS DOS.

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Ayer estaba recorriendo en bicicleta la ciudad con los ojos húmedos, espero que por el viento o el frio. Hoy estoy pasando la última noche laborable en un mes tremendo, tremendo. Y estoy contento.

He decidido que ya no puedo hacer nada por el mes, ni por las fiestas ni por nada. Así que ya que me voy, que descanso por fin y no trabajo en seis dias, estoy feliz. Lo bastante para ser irreverente con los tontos, para canturrear en salas llenar de servidores informáticos o realizar tareas rutinarias con una sonrisa en los labios.

Ayer triste, hoy contento...

Supongo que es cosa de la naturaleza humana, que tras soltar esta carga de año ya, viajar y perder de vista el escenario de mis esfuerzos, solo puedo sentirme libre y sonreir.

Los alumnos, los jefes, las amantes y los compromisos... Incluso amigos y costumbres, quedan atrás. Y es bueno partir de casi cero aunque sea unos dias. Descansar hasta de mi mismo.

Ya se producirán los reencuentros, los esfuerzos e incluso los sueños. Ahora solo resta la aventura de viajar, de ver el mundo.

Mientras que vivais intensamente, y como dicen los Esclarecidos

No hagas nunca lo que has hecho
si es que existe algo nuevo
porque la vida es un pañuelo
para guardar en cualquier bolsillo.

sábado, diciembre 22, 2007

Cuento de Navidad

























Se levantó a las tres. Había dormido durante la mañana, desde las nueve. Unas horas llenas de sueños ahora confusos, imágenes pegadas como la lengua al paladar.

Estuvo un rato adaptándose a la consciencia y vigilando el reloj, no se le pasara la hora. Y cuando ya no era posible esperar más, salió de la cama, se vistió con la ropa que llevara la noche anterior en el trabajo y salió de casa. Pedalear en bicicleta es siempre divertido, aunque estés tan destemplado que no te sobren el aparatoso anorak y la bufanda. Tomar algunos tramos en dirección prohibida, cortar por aceras y escurrirse entre los coches más lentos.

Todo para llegar con solo un minuto de retraso y que la madre de su alumno de matemáticas le anunciara que no iban a dar la clase.

-Espera que te doy el aguinaldo y hoy no dais clase, que llevas a mi hijo muy bien. Estoy muy contenta.

Sorpresa, un cierto picorcillo de orgullo, pero también ciertos problemas para aceptar esto. Llevaba horas haciendo fuerzas en su cabeza para estar ahí, dar la clase, y ahora pretendían pagarle por no darla. Le desearon feliz navidad, que lo disfrutara con la familia y que descansara. Maquinalmente, algo sorprendido aún dió las gracias. Estrechó la mano pequeña del estudiante y besó en las mejillas a la madre, menuda y con un vientre enorme de embarazada.

-Es la primera vez que me pasa esto, explicó. Y felicitó las fiestas, y deseó lo mejor. Adelantó las clases siguientes, donde tuvo que amenazar a los adolescentes con marcharse si no se esforzaban y dejar a otro en el puesto. Y después les explicó las virtudes de trabajar un poco en el momento correcto, de tomar en serio lo que haces. Se sintió bastante hipócrita, viviendo como vivía a salto de mata.

Salió corriendo. Tenia que ver a un amigo muy querido al que no veia desde octubre. Paró un segundo para ojear en una librería un libro que no iba a comprar por saber que tenerlo no iba a resolver sus problemas, y llegó muy justo a la cita.

Al principio no sabían donde ir. Su mente continuaba en la bicicleta, esquivando el tráfico. Sus pies parecían ir de un lado de la calle a otro. Su amigo esperaba sin prisas. Y al final fueron a tomar un té a una teteria cercana. Fue un rato delicioso. Por una hora sintió que merecía estar con ese amigo suyo, al que respetaba con exceso. Igual que la persona que el tenia enfrente, trabajaba muchas horas, vivía con frugalidad, y ultimamente no se estaba metiendo en muchos líos. No había construido una familia propia, ni veia apenas a los suyos, pero intentaba llevar su vida adelante. Se sintió apreciado, estimado. Casi comprendido.

Y luego cuando se quedó solo se retiró a casa. Se dio cuenta que no le había deseado a nadie feliz navidad, solo felices fiestas. La omisión le extrañó. Como tenia un todo a cien debajo de su casa, compró un pequeño belén de plástico. Lo colocó en el oscuro salón del piso compartido, ahora caótico por otra fiesta reciente a la que tampoco había asistido. Lo puso encima del televisor, el auténtico altar de la casa.

No sabia como colocar las figurillas de plástico. En su infancia había sido el severo padre el que montara el belén de barro, antiguo y artesanal, y no dejaba a nadie tocarlo. Así que estuvo ensayando posiciones. Reyes, pastores y los animales jugaron al corro entorno a la sagrada familia. Al final quedó casi satisfecho.

Un impulso le surgió sin entenderlo. Fue a su cuarto y pintó con letras caligráficas inglesas, onduladas y gráciles, una leyenda "¡Feliz Navidad! Paz en la tierra a las gentes de buena voluntad" en una cartulina. La colocó encima del nacimiento.

Esa noche trabajaba también. Saldría al curro en un par de horas. Hoy no había podido hacer preparativos para el viaje inminente a Francia. Afortunadamente los regalos de Navidad ya estaban comprados. Bueno, casi todos. La maleta la iba a dejar para otro día

Sin saber que hacer, acabó llenando la bañera, corta y estrecha, de agua caliente. Tenia frío aún, aunque el cuarto estaba templado. Cuando el agua caliente llegaba casi al borde se metió con cuidado. Se hizo un ovillo para cubrirse entero y pensó que el vientre de su madre habría adoptado la misma postura. Y que también la adoptaban los ancianos dementes del asilo si se los dejaba sin vigilar.

Sintió entonces que comenzaba a latirle un músculo bajo el ojo, por primera vez en años. No dejaba de pulsar y de moverse. Y entonces comprendió que podía estar teniendo un pequeño ataque de ansiedad. Ansiedad Navideña...

martes, diciembre 18, 2007

Tao Te King 63, lo diffcil hacerlo dificil, lo grande pequeño























Quien practica el no-obrar,
y se ocupa de la no-ocupación,
encuentra sabor en lo insípido,
ve lo que es grande en lo pequeño,
y lo abundante en lo escaso.
Cambia el odio por vida.
Proyecta lo difícil donde es fácil.
Pone lo grande ahí, donde todavía es pequeño.
Lo difícil en el mundo, lo emprende
como si fuera fácil.
Lo grande en el mundo, lo emprende
como si fuera pequeño.
Por ello:
El sabio no hace jamas algo grande,
y así finaliza sus grandes acciones.
Quien promete con facilidad,
difícilmente mantiene su palabra.
Quien toma todo a la ligera,
tendrá muchas dificultades.

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El otro dia volví de bañarme en unas fuentes termales, bajo el cielo, y antes de acostarme ojeé el Tao Te King. Se ha vuelto una costumbre, un ejercicio de excavación con el que tengo siempre la esperanza de ver algo que aún no haya encontrado en el libro. Verme sorprendido por un poema ignorado, o encontrar en esta lectura o en esta traducción una nueva comprensión.

Ocurrió. Las ideas que he estado barajando sobre ordenar mi vida, reducir las dificultades que yo mismo genero y hacer facil lo dificil estaban plasmadas ya ahí.

faltan los detalles cotidianos, pero esos son cosa mia. Falta llevarlo a cabo, pero esa es la enseñanza, el verdadero aprendizaje. Vivir.

Dias y noches...




















Han pasado cosas...

He comenzado a disfrutar esta discreta soledad llena de amigos y trabajo.

Anoche me bañé con un par de colegas en unos baños termales al aire libre.

Creo que no voy a ampliar matrícula y me voy a concentrar en sacar todas las asignaturas que tengo, y el año que viene más.

Me marcho estas navidades a Tours, Francia. Me ha invitado una amiga, una persona que posee una intensa luz, y voy a realizar un viaje que presenta un perfil casi antropológico. No solo castillos y jardines, sino conocer a su familia...

Este mes espero poder pagarle a mi madre la mitad de lo que le debo por la matrícula.

Mientras, mis regalos de navidad han llegado ya. Un comic -Bone- de 1300 páginas y la última novela de mi querido Tim Powers, Three Days to Never - ambos en ingles.

A ratos intento leer Time d'expiratión, otra novela de Tim, esta en frances, para poder hablar algo en Tours.

Y ayer dormí once horas y hoy voy camino de cinco, así que me voy a la cama.

Entre medias amigos reencontrados, cenas de Navidad y toda la pesca...

¿Quien decía que llevaba una vida monótona?








La música es Cafe del Mar, de Frank Fischer, un antiguo clasico que queria compartir desde hace tiempo.

lunes, diciembre 17, 2007

Si mis manos pudiesen deshojar, de Federico Garcia Lorca




















Yo pronuncio tu nombre
en las noches oscuras,
cuando vienen los astros
a beber en la luna
y duermen los ramajes
de la frondas oscuras.
Y yo me siento hueco
de pasión y de música.
Loco reloj que canta
muertas horas antiguas.

Yo pronuncio tu nombre,
En esta noche oscura,
Y tu nombre me suena
Más lejano que nunca.
Más lejano que todas las estrellas
Y más doliente que la mansa lluvia.

¿Te querré como entonces
Alguna vez? ¿Qué culpa
Tiene mi corazón?
Si la niebla se esfuma
¿Qué otra pasión me espera?
¿Será tranquila y pura?
¡¡Si mis dedos pudieran
Deshojar a la luna!!


FGL (10 de Noviembre de 1919, Granada)

sábado, diciembre 15, 2007

Respiración Consciente

He vuelto a meditar.

La mente es un músculo que pierde rápidamente la forma, y aunque conserva parte de lo aprendido, obliga a empezar desde el principio cada vez que se abandona. Afortunadamente se recupera el tono pronto, y espero no tardar demasiado en poder pasar al segundo nivel de entrenamiento. Siempre y cuando no abandone de nuevo.

El texto de abajo es la técnica de meditación con la que yo trabajo. Es una primera toma de contacto con la meditación que resulta muy satisfactoria por si misma pero, sobretodo, ayuda a pasar al siguiente escalón.

He visto el mismo texto en varios sitios, pero la forma que más me convence por su sencillez es esta, extraída de "El club de los Onironautas" Como preparación está bien lavarse un poco, aunque sea la cara o los dientes, hacer algunos estiramientos o relajarte unos minutos. Pero si no tienes tiempo o ganas no te agobies. Busca un buen asiento, y durante cinco a treinta minutos, sigue las sencillas instrucciones.


"Sentados tranquilamente en el lugar de la práctica, cerramos los ojos y ponemos tranquilamente nuestra atención en la respiración. Sentimos como entra y sale el aire hasta que este acto ocupa toda nuestra atención. Cuando aparezcan pensamientos no debemos reprimirlos. Simplemente debemos adquirir la facultad de dejarlos pasar y desaparecer pro si mismos, sin lucha de ninguna clase.

Así que toda nuestra atención está puesta (voluntariamente) en el acto de respirar. Esta práctica es llamada por algunos "Respiración Consciente"y debe proporcionarnos un estado de gran tranquilidad y armonía así como un notable incremento de la capacidad de concentración."

viernes, diciembre 14, 2007

Una semana bajo tierra

















Bueno, he vuelto de nuevo. O estoy volviendo.

Esta semana la vida ha sido tan apremiante que el impulso de describirla se quedó detras del de vivir. Se me presentó la consumación ¿verdadera? de uno de los deseos que habia pedido hacia tiempo. El universo va así. Cuando deseas algo con fuerza a veces te lo dá. ¿No querias caldo? Pues toma dos tazas.

Y una vez confrontado con tu deseo descubres que era realmente lo habias estado pidiendo. Y no es lo que necesitas. Ni lo que te conviene. He estado unos dias viviendo esa oportunidad, esa dimensión nueva que se te abre con alguien nuevo, con un nuevo trabajo o algo así... Y no lo quiero. De modo que he aguantado el tirón del fin de secuencia de turnos en el curro, he dormido y aclarado mis ideas y solo entonces asomo la cabeza - como un vieja tortuga- al mundo exterior.

Y todo está cargado de ironia. Dios si existe es un viejo irónico. O como diria aquel, el Tao tiene mucha retranca.

De vez en cuando me digo que en el universo no hay paradojas, sino relaciones incomprendidas y aparentemente contradictorias entre las cosas. Bueno, pues está repleto de relaciones incomprendidas de esas. Ahora me he enterado que puedo pedir permiso para matricularme de la asignatura que necesitaba para intentar acabar mi carrera en tres años.

Pero eso necesita mucho tiempo y dedicación... Que ahora que he rechazado mi anterior deseo está ahí. Mientras sea firme.

Que curioso que cuando lo creia todo perdido con mi asignatura se me presente esta posibilidad. Y que sea posible a costa de renunciar a lo que realmente no necesito. ¿Paradojico? ¿Adecuado?

Si me entero os lo contaré otro dia. Por cierto, estoy acabando la segunda temporada de A dos metros bajo tierra. Y me sigue gustando. Mucho.

martes, diciembre 11, 2007

Cálico y Calvin...





Amo a Calvin & Hobbes. Los descubrí por casualidad, documentando alguna entrada del blog. Y me encantaron. Hacia siglos que había escuchado al típico colega supercoleccionista de cómics alabarlos. Decir que eran de lo mejor. Esos son los momentos en los que miras al tio y piensas que si gasta 400 pavos en tebeos cada mes, lo bueno debe de abundar... así que lo deje pasar.

Hoy me he encontrado un viejo capítulo de Calico Electrónico en youtube. Es el último de la segunda temporada, y quizás el último bueno de la serie. Me he puesto a verlo y entonces me he dado cuenta, que viñeta por viñeta era un homenaje digno de Ibañez - el padre de Mortadelo- a Calvin. Algunas cosas solo pueden saborearse del todo si conoces a los dos personajes, Calvin y Cálico, pero la experiencia de la infancia es universal.

Así que aquí lo tenéis. Espero que os guste. Es menos bruto que la mayoría de historietas de Calico, y un pelín nostálgico, pero me he reído mucho. Si queréis ver algún capítulo de Calico antes que la fama le llevara al arroyo, podéis verlo aquí.

Viendo esta historia no he podido evitar el recuerdo de una tarde en casa de mis padres, con cinco años y jugando con una enorme caja de zapatos, que se convirtió en mi nave espacial. Que poco hacia falta entonces para viajar...

domingo, diciembre 09, 2007

Las joyas, de Charles Baudelaire

















Ella estaba desnuda, y, sabiendo mis gustos,
Sólo había conservado las sonoras alhajas
Cuyas preseas le otorgan el aire vencedor
Que las esclavas moras tienen en días fastos.

Cuando en el aire lanza su sonido burlón
Ese mundo radiante de pedrería y metal
Me sumerge en el éxtasis; yo amo con frenesí
Las Cosas en que se une el sonido a la luz.

Ella estaba tendida y se dejaba amar,
Sonriendo de dicha desde el alto diván
A mi pasión profunda y lenta como el mar
Que ascendía hasta ella como hacia su cantil.

Fijos en mí sus ojos, como en tigre amansado,
Con aire soñador ensayaba posturas
Y el candor añadido a la lubricidad
Nueva gracia agregaba a sus metamorfosis;

Y sus brazos y piernas, sus muslos y sus flancos
Pulidos como el óleo, como el cisne ondulantes,
Pasaban por mis ojos lúcidos y serenos;
Y su vientre y sus senos, racimos de mi viña,

Avanzaban tan cálidos como Ángeles del mal
Para turbar la paz en que mi alma estaba
Y para separarla del peñón de cristal
Donde se había instalado solitaria y tranquila.

Y creí ver unidos en un nuevo diseño
-Tanto hacía su talle resaltar a la pelvis-
Las caderas de Antíope al busto de un efebo,
¡Soberbio era el afeite sobre su oscura tez!

-Y habiéndose la lámpara resignado a morir
Como tan sólo el fuego iluminaba el cuarto,
Cada vez que exhalaba un destello flamígero
Inundaba de sangre su piel color del ámbar.

Mala memoria, de Calvin & Hobbes


sábado, diciembre 08, 2007

Su amor no era sencillo, de Mario Benedetti


















Los detuvieron por atentado al pudor. Y nadie les creyó cuando el hombre y la mujer trataron de explicarse. En realidad, su amor no era sencillo. Él padecía claustrofobia, y ella, agorafobia. Era sólo por eso que fornicaban en los umbrales.

miércoles, diciembre 05, 2007

Tao Te King 23.


























Reduce las palabras
y todo irá bien.
Un torbellino no dura toda la mañana.
Una lluvia torrencial no dura todo un día.
¿Quien los causó?
El cielo y la tierra.
Lo que no pueden hacer durar el cielo y la tierra.
¿Como puede hacerlo durar el hombre?
Por eso, si obras con el Tao,
seras uno con aquellos que tienen el Tao.
Con aquellos que tienen vida, serás uno en la Vida.
Con aquellos que son pobres, serás uno en la Pobreza.
Siendo uno en el Tao con ellos,
así se te cruzarán los que son pobres con alegría.
Pero donde la fe no es suficiente
no hallarás fe.

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Ya habia publicado este poema del Tao te King. Aunque la traducción era muy distinta, como puedes ver. Pero los primeros versos me parecen tan adecuados a mi situación, que he decidido volver a publicarlo con esta hermosa traducción.

Lo que no pueden hacer durar el cielo y la tierra.
¿Como puede hacerlo durar el hombre?

No puede. Yo al menos no puedo, no sin pagar el precio de perder lo mismo que quiero conseguir. Lo que deseo de la vida es posible, pero el secreto no está en esforzarse aún más, ni en soportar mejor la frustración de quedarse a medias. Ni en renunciar y detenerse para siempre.

El secreto puede ser realizar las cosas con la máxima sencillez y el menor esfuerzo posible. Armonizar tus actos para que no sean una serie de rupturas y triunfos desesperados, sino resultado natural de las acciones. Suave y continuo, en lugar de duro y al borde de la extinción.

Prescindir de lo que no sea necesario y preservar lo que sí. Saber que es dañino y no intentarlo, y administrar lo fácil y lo difícil. Quizás buscar hacer lo difícil más fácil, eliminando obstáculos y disolviendolos allí donde nacen primero, en mi mente.

Y recuperar las cosas verdaderamente importantes. Una tarde, el silencio dentro y fuera de uno mismo, disfrutar lo que haces. Volver a vivir al sol.

martes, diciembre 04, 2007

Energia, equilibrio y sueño...






















Ayer me dijo alguien unas palabras que me perturbaron...

-Te recuerdo siempre diciendo la palabra cansancio. Es casi una actitud ante la vida...

Y esto claro, me molestó. En mi cabeza se armó la explicación que en términos mucho más corteses y correctos comuniqué a mi interlocutora. Era una buena explicación y todo quedó aclarado. Si seguís el blog imaginareis mis palabras "-Mi actividad diaria es muy grande, con un trabajo a jornada completa, una carrera, las clases particulares que doy además y todas las cosas que me gusta hacer, libros, ver a algún amigo, ir de senderismo o hacer deporte, llevar la casa..."


Pero siendo cierto todo eso, no me convence. Porque siempre puedes engañar a los demás, pero quien mejor me conoce es el enanito de dentro, el que pasa las noches, las tardes y también los días trabajando, descansando malamente del trabajo, haciendo cosas, e intentando muchas más.

Y me he puesto a pensar y, o mi bateria nuclear no está soltando los megawatios contratados, o el ordenador central está inestable y quiere también ser feliz, o todos los planes están mal hechos...

Quizás es un poco de todo. Porque si que me estoy quejando últimamente mucho. He dejado que se me juntaran un montón de noches en el curro, así he dejado de descansar tanto como lo había hecho en semanas anteriores, y aunque no voy corriendo con la lengua fuera -algo he aprendido- si que ha bajado la eficiencia en lo que no sea el trabajo, que es todo lo demás. Porque llevar un esfuerzo extremo es imposible por mucho tiempo, y yo lo estoy intentando...


Pienso, estoy pensando. Sí que soy capaz, lo se. Y de más aún, lo que me hace rabiar. Pero solo si respeto los límites, a los protagonistas de este juego. Si me conformo con posibles. Si no, empezaré a necesitar cada vez más tiempo en cosas secundarias - leer, pensar, ramonear en tonterías- para compensar la insatisfacción de las principales. Y ese tiempo afectará a las principales- dormir, comer, trabajar, estudiar-, haciendo que requieran más tiempo aun. Y a su vez, acabaré dejando de vivir esas otras cosas pequeñas y sencillas que me hacen tan feliz, como salir al campo, pasear en bici o simplemente ver el sol.

Ver el sol, que es algo tan corriente pero que me ha emocionado hoy, tras cinco noches seguidas de trabajo nocturno. A veces no sabemos que importantes son las cosas hasta que no las alejamos de nosotros.

Así que estoy buscando el equilibrio. Además de la verdad, de las huellas de lo intangible en el mundo y de un lugar donde echarme un rato. No parece tanta búsqueda un modo sencillo de actuar. Quizás buscar la sencillez sea un modo de buscarlo todo al tiempo. De disponer todos los elementos de mi vida de un modo más sencillo y armonioso. Con menos interferencias entre la verdad y yo.

domingo, diciembre 02, 2007

El imperio del consumo, de Eduardo Galeano




















Estos días que empieza la mayor época de consumo del año, he recibido este artículo de Eduardo Galeano. Es una reflexión de no más de tres páginas sobre el consumo, y el mundo que este ha creado a su alrededor. ¿Que mundo? Ese en el que vivimos...





El derecho al derroche, privilegio de pocos, dice ser la libertad de todos.
Esta civilización no deja dormir a las flores, ni a las gallinas, ni a la
gente. En los invernaderos, las flores están sometidas a luz continua, para
que crezcan más rápido. En la fábricas de huevos, las gallinas también
tienen prohibida la noche. Y la gente está condenada al insomnio, por la
ansiedad de comprar y la angustia de pagar.

La explosión del consumo en el mundo actual mete más ruido que todas las
guerras y arma más alboroto que todos los carnavales. Como dice un viejo
proverbio turco, quien bebe a cuenta, se emborracha el doble.

La parranda aturde y nubla la mirada; esta gran borrachera universal parece
no tener límites en el tiempo ni en el espacio. Pero la cultura de consumo
suena mucho, como el tambor, porque está vacía; y a la hora de la verdad,
cuando el estrépito cesa y se acaba la fiesta, el borracho despierta, solo,
acompañado por su sombra y por los platos rotos que debe pagar.

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La expansión de la demanda choca con las fronteras que le impone el mismo
sistema que la genera. El sistema necesita mercados cada vez más abiertos y
más amplios, como los pulmones necesitan el aire, y a la vez necesita que
anden por los suelos, como andan, los precios de las materias primas y de la
fuerza humana de trabajo. El sistema habla en nombre de todos, a todos
dirige sus imperiosas órdenes de consumo, entre todos difunde la fiebre
compradora; pero ni modo: para casi todos esta aventura comienza y termina
en la pantalla del televisor. La mayoría, que se endeuda para tener cosas,
termina teniendo nada más que deudas para pagar deudas que generan nuevas
deudas, y acaba consumiendo fantasías que a veces materializa delinquiendo.

El derecho al derroche, privilegio de pocos, dice ser la libertad de todos.
Dime cuánto consumes y te diré cuánto vales. Esta civilización no deja
dormir a las flores, ni a las gallinas, ni a la gente. En los invernaderos,
las flores están sometidas a luz continua, para que crezcan más rápido. En
la fábricas de huevos, las gallinas también tienen prohibida la noche. Y la
gente está condenada al insomnio, por la ansiedad de comprar y la angustia
de pagar. Este modo de vida no es muy bueno para la gente, pero es muy bueno
para la industria farmacéutica.

EEUU consume la mitad de los sedantes, ansiolíticos y demás drogas químicas
que se venden legalmente en el mundo, y más de la mitad de las drogas
prohibidas que se venden ilegalmente, lo que no es moco de pavo si se tiene
en cuenta que EEUU apenas suma el cinco por ciento de la población mundial.

«Gente infeliz, la que vive comparándose», lamenta una mujer en el barrio
del Buceo, en Montevideo. El dolor de ya no ser, que otrora cantara el
tango, ha dejado paso a la vergüenza de no tener. Un hombre pobre es un
pobre hombre. «Cuando no tenés nada, pensás que no valés nada», dice un
muchacho en el barrio Villa Fiorito, de Buenos Aires. Y otro comprueba, en
la ciudad dominicana de San Francisco de Macorís: «Mis hermanos trabajan
para las marcas. Viven comprando etiquetas, y viven sudando la gota gorda
para pagar las cuotas».

Invisible violencia del mercado: la diversidad es enemiga de la
rentabilidad, y la uniformidad manda. La producción en serie, en escala
gigantesca, impone en todas partes sus obligatorias pautas de consumo. Esta
dictadura de la uniformización obligatoria es más devastadora que cualquier
dictadura del partido único: impone, en el mundo entero, un modo de vida que
reproduce a los seres humanos como fotocopias del consumidor ejemplar.

El consumidor ejemplar es el hombre quieto. Esta civilización, que confunde
la cantidad con la calidad, confunde la gordura con la buena alimentación.
Según la revista científica The Lancet, en la última década la «obesidad
severa» ha crecido casi un 30 % entre la población joven de los países más
desarrollados. Entre los niños norteamericanos, la obesidad aumentó en un
40% en los últimos dieciséis años, según la investigación reciente del
Centro de Ciencias de la Salud de la Universidad de Colorado. El país que
inventó las comidas y bebidas light, los diet food y los alimentos fat free,
tiene la mayor cantidad de gordos del mundo. El consumidor ejemplar sólo se
baja del automóvil para trabajar y para mirar televisión. Sentado ante la
pantalla chica, pasa cuatro horas diarias devorando comida de plástico.

Triunfa la basura disfrazada de comida: esta industria está conquistando los
paladares del mundo y está haciendo trizas las tradiciones de la cocina
local. Las costumbres del buen comer, que vienen de lejos, tienen, en
algunos países, miles de años de refinamiento y diversidad, y son un
patrimonio colectivo que de alguna manera está en los fogones de todos y no
sólo en la mesa de los ricos. Esas tradiciones, esas señas de identidad
cultural, esas fiestas de la vida, están siendo apabulladas, de manera
fulminante, por la imposición del saber químico y único: la globalización de
la hamburguesa, la dictadura de la fast food. La plastificación de la comida
en escala mundial, obra de McDonald's, Burger King y otras fábricas, viola
exitosamente el derecho a la autodeterminación de la cocina: sagrado
derecho, porque en la boca tiene el alma una de sus puertas.

El campeonato mundial de fútbol del 98 nos confirmó, entre otras cosas, que
la tarjeta MasterCard tonifica los músculos, que la Coca-Cola brinda eterna
juventud y que el menú de McDonald's no puede faltar en la barriga de un
buen atleta. El inmenso ejército de McDonald's dispara hamburguesas a las
bocas de los niños y de los adultos en el planeta entero. El doble arco de
esa M sirvió de estandarte, durante la reciente conquista de los países del
Este de Europa. Las colas ante el McDonald's de Moscú, inaugurado en 1990
con bombos y platillos, simbolizaron la victoria de Occidente con tanta
elocuencia como el desmoronamiento del Muro de Berlín.

Un signo de los tiempos: esta empresa, que encarna las virtudes del mundo
libre, niega a sus empleados la libertad de afiliarse a ningún sindicato.
McDonald's viola, así, un derecho legalmente consagrado en los muchos países
donde opera. En 1997, algunos trabajadores, miembros de eso que la empresa
llama la Macfamilia, intentaron sindicalizarse en un restorán de Montreal en
Canadá: el restorán cerró. Pero en el 98, otros empleados de McDonald's, en
una pequeña ciudad cercana a Vancouver, lograron esa conquista, digna de la
Guía Guinness.

Las masas consumidoras reciben órdenes en un idioma universal: la publicidad
ha logrado lo que el esperanto quiso y no pudo. Cualquiera entiende, en
cualquier lugar, los mensajes que el televisor transmite. En el último
cuarto de siglo, los gastos de publicidad se han duplicado en el mundo.
Gracias a ellos, los niños pobres toman cada vez más Coca-Cola y cada vez
menos leche, y el tiempo de ocio se va haciendo tiempo de consumo
obligatorio. Tiempo libre, tiempo prisionero: las casas muy pobres no tienen
cama, pero tienen televisor, y el televisor tiene la palabra. Comprado a
plazos, ese animalito prueba la vocación democrática del progreso: a nadie
escucha, pero habla para todos. Pobres y ricos conocen, así, las virtudes de
los automóviles último modelo, y pobres y ricos se enteran de las ventajosas
tasas de interés que tal o cual banco ofrece.

Los expertos saben convertir a las mercancías en mágicos conjuntos contra la
soledad. Las cosas tienen atributos humanos: acarician, acompañan,
comprenden, ayudan, el perfume te besa y el auto es el amigo que nunca
falla. La cultura del consumo ha hecho de la soledad el más lucrativo de los
mercados. Los agujeros del pecho se llenan atiborrándolos de cosas, o
soñando con hacerlo. Y las cosas no solamente pueden abrazar: ellas también
pueden ser símbolos de ascenso social, salvoconductos para atravesar las
aduanas de la sociedad de clases, llaves que abren las puertas prohibidas.
Cuanto más exclusivas, mejor: las cosas te eligen y te salvan del anonimato
multitudinario. La publicidad no informa sobre el producto que vende, o rara
vez lo hace. Eso es lo de menos. Su función primordial consiste en compensar
frustraciones y alimentar fantasías: ¿En quién quiere usted convertirse
comprando esta loción de afeitar?

El criminólogo Anthony Platt ha observado que los delitos de la calle no son
solamente fruto de la pobreza extrema. También son fruto de la ética
individualista. La obsesión social del éxito, dice Platt, incide
decisivamente sobre la apropiación ilegal de las cosas. Yo siempre he
escuchado decir que el dinero no produce la felicidad; pero cualquier
televidente pobre tiene motivos de sobra para creer que el dinero produce
algo tan parecido, que la diferencia es asunto de especialistas.

Según el historiador Eric Hobsbawm, el siglo XX puso fin a siete mil años de
vida humana centrada en la agricultura desde que aparecieron los primeros
cultivos, a fines del paleolítico. La población mundial se urbaniza, los
campesinos se hacen ciudadanos. En América Latina tenemos campos sin nadie y
enormes hormigueros urbanos: las mayores ciudades del mundo, y las más
injustas. Expulsados por la agricultura moderna de exportación, y por la
erosión de sus tierras, los campesinos invaden los suburbios. Ellos creen
que Dios está en todas partes, pero por experiencia saben que atiende en las
grandes urbes. Las ciudades prometen trabajo, prosperidad, un porvenir para
los hijos. En los campos, los esperadores miran pasar la vida, y mueren
bostezando; en las ciudades, la vida ocurre, y llama. Hacinados en tugurios,
lo primero que descubren los recién llegados es que el trabajo falta y los
brazos sobran, que nada es gratis y que los más caros artículos de lujo son
el aire y el silencio.

Mientras nacía el siglo XIV, fray Giordano da Rivalto pronunció en Florencia
un elogio de las ciudades. Dijo que las ciudades crecían «porque la gente
tiene el gusto de juntarse». Juntarse, encontrarse. Ahora, ¿quién se
encuentra con quién? ¿Se encuentra la esperanza con la realidad? El deseo,
¿se encuentra con el mundo? Y la gente, ¿se encuentra con la gente? Si las
relaciones humanas han sido reducidas a relaciones entre cosas, ¿cuánta
gente se encuentra con las cosas?

El mundo entero tiende a convertirse en una gran pantalla de televisión,
donde las cosas se miran pero no se tocan. Las mercancías en oferta invaden
y privatizan los espacios públicos. Las estaciones de autobuses y de trenes,
que hasta hace poco eran espacios de encuentro entre personas, se están
convirtiendo ahora en espacios de exhibición comercial.

El shopping center, o shopping mall, vidriera de todas las vidrieras, impone
su presencia avasallante. Las multitudes acuden, en peregrinación, a este
templo mayor de las misas del consumo. La mayoría de los devotos contempla,
en éxtasis, las cosas que sus bolsillos no pueden pagar, mientras la minoría
compradora se somete al bombardeo de la oferta incesante y extenuante. El
gentío, que sube y baja por las escaleras mecánicas, viaja por el mundo: los
maniquíes visten como en Milán o París y las máquinas suenan como en
Chicago, y para ver y oír no es preciso pagar pasaje. Los turistas venidos
de los pueblos del interior, o de las ciudades que aún no han merecido estas
bendiciones de la felicidad moderna, posan para la foto, al pie de las
marcas internacionales más famosas, como antes posaban al pie de la estatua
del prócer en la plaza. Beatriz Solano ha observado que los habitantes de
los barrios suburbanos acuden al center, al shopping center, como antes
acudían al centro. El tradicional paseo del fin de semana al centro de la
ciudad, tiende a ser sustituido por la excursión a estos centros urbanos.
Lavados y planchados y peinados, vestidos con sus mejores galas, los
visitantes vienen a una fiesta donde no son convidados, pero pueden ser
mirones. Familias enteras emprenden el viaje en la cápsula espacial que
recorre el universo del consumo, donde la estética del mercado ha diseñado
un paisaje alucinante de modelos, marcas y etiquetas.

La cultura del consumo, cultura de lo efímero, condena todo al desuso
mediático. Todo cambia al ritmo vertiginoso de la moda, puesta al servicio
de la necesidad de vender. Las cosas envejecen en un parpadeo, para ser
reemplazadas por otras cosas de vida fugaz. Hoy que lo único que permanece
es la inseguridad, las mercancías, fabricadas para no durar, resultan tan
volátiles como el capital que las financia y el trabajo que las genera. El
dinero vuela a la velocidad de la luz: ayer estaba allá, hoy está aquí,
mañana quién sabe, y todo trabajador es un desempleado en potencia.
Paradójicamente, los shoppings centers, reinos de la fugacidad, ofrecen la
más exitosa ilusión de seguridad. Ellos resisten fuera del tiempo, sin edad
y sin raíz, sin noche y sin día y sin memoria, y existen fuera del espacio,
más allá de las turbulencias de la peligrosa realidad del mundo.

Los dueños del mundo usan al mundo como si fuera descartable: una mercancía
de vida efímera, que se agota como se agotan, a poco de nacer, las imágenes
que dispara la ametralladora de la televisión y las modas y los ídolos que
la publicidad lanza, sin tregua, al mercado. Pero, ¿a qué otro mundo vamos a
mudarnos? ¿Estamos todos obligados a creernos el cuento de que Dios ha
vendido el planeta a unas cuantas empresas, porque estando de mal humor
decidió privatizar el universo? La sociedad de consumo es una trampa
cazabobos. Los que tienen la manija simulan ignorarlo, pero cualquiera que
tenga ojos en la cara puede ver que la gran mayoría de la gente consume
poco, poquito y nada necesariamente, para garantizar la existencia de la
poca naturaleza que nos queda. La injusticia social no es un error a
corregir, ni un defecto a superar: es una necesidad esencial. No hay
naturaleza capaz de alimentar a un shopping center del tamaño del planeta.


14-03-07, Eduardo Galeano

viernes, noviembre 30, 2007

Tras el cálido Noviembre






















Ya termina Noviembre.

Ayer vi dibujarse en el cielo las largas cuñas de las aves migratorias. Abandonan por fin mi tierra del sur para trasladarse a África. Se marchan huyendo de este Diciembre entrante, que trae algo de frío, anuncios de colonia -que ya es navidad- y la confusión del final del año. Ese mes que hay que terminar todo lo que quedó pendiente, para que entre un Enero nuevecito, sin manchas ni rayones.

Y así estoy yo, moviéndome con el resto del mundo. No me voy a comprar colonia, que no gasto casi y se me acumulan los frascos. Tengo bastantes turnos de trabajo para este último mes para compensar las libertades que me tomé anteriormente, y el curso académico empieza a tomar forma. Por otro lado el trabajo va bien, sin estridencias, y solo parece cosa de no aflojar el ritmo y disfrutar de la bonanza.

Y como siempre que hago recopilación, cosas que se han vuelto a quedar colgando y que hay que retomar, como el gimnasio. Apuntes que ya hay urgencia por conseguir. Viajes - me han invitado al centro de Francia estas navidades- proyectos que surgen y hay que encontrarles sitio. Ganas de volver a disfrutar de la naturaleza, que he perdido el ritmo del principio de otoño...

Aunque no hace mucho frío, ya ha llegado el invierno, digan lo que digan los calendarios. Durante tres meses estaremos en un mundo oscuro y frío, en el que apetecen sofás, mantas y chocolate caliente. Y por eso mismo puede ser una estación más cálida que otras. No importa que diga el hombre del tiempo, ni los anuncios, ni siquiera las costumbres...

Así que te deseo un invierno agradable. Que aproveches este tiempo para descansar si es posible, para conservar las fuerzas y acercarte a la gente que te importa. Y que disfrutes de todo lo que te ofrezca la vida, como siempre.

Un abrazo.



miércoles, noviembre 28, 2007

Tao Te King 40




































Regreso es el movimiento del Tao.
Debilidad es el proceder del Tao.
Todo lo que hay surge del Ser.
El Ser surgió del No Ser.





No colour, Galeria de Lara Sorgo

Gracias




























Gracias a la vida, que me ha dado tanto.
Gracias por los días buenos, y también los malos.
Gracias por todo lo que me ha dado. Y aún más por lo que no.
Gracias por las cosas que conseguí, y por todo lo que aún intento.
Gracias por el sol, que me ilumina. También por la noche y su descanso.

Gracias por mi cuerpo.
Gracias por mi salud, y por mi cansancio.
Gracias por mis ojos, el bueno y el malo.
Gracias por mi flaqueza. Gracias por mi estatura.
Gracias por todo lo bueno, y también lo malo.

Gracias por todo lo que sé. Y por todo lo que ignoro aún.
Por todos las mujeres que vinieron. Y porque se marcharon.
Gracias por todos los amigos. Y por todos los que no lo son.
Gracias por la vida, por los ratos que lo siento... y los que no lo hago.


Gracias

lunes, noviembre 26, 2007

Dentro del Laberinto


















Esto es publicidad. Aviso.

Pero es publicidad buena. Altruista. Porque no paga nadie por ella, y es una buena noticia.

El hermano menor de este servidor de ustedes, que no solo es el más joven de la familia sino el más talentoso, tras interminables presiones y solicitudes de su público, ha condescendido a abrir sus pensamientos a los millones de usuarios de internet en lengua hispana. Las versiones en mandarín, ingles, alemán y ruso están preparandose.

Si teneis apenas un minuto no os perdais dar una vuelta por el laberinto. Aunque cuidado, salir puede ser dificil, o podeis volver ligeramente cambiados...


Dentro del Laberinto

Todo continua...






























Después del fin del mundo, cuando toda la existencia del universo ya haya concluido y todo lo que fue vueva al seno del Logos, comenzará otro nuevo universo para llenar el hueco del antiguo. Y lo hará con un lunes. Laborable.

Esto es así. Nada se detiene. Si acaso nos tomamos un respiro, contenemos la respiración el fin de semana, o nos largamos de vacaciones. Al volver las plantas siguen ahí, mustias si no buscamos quien las cuidara.

Al menos a mí me pasa. Tras cambios, complejidades y crisis, siempre hay un lunes o al menos un martes. Laborable.

Es un pequeña maldición según algunos. Pero solo se me ocurre una alternativa, y no me gusta demasiado. Tras la compresión de estar preparando el examen de semanas anteriores, y estos dias que me he soltado -un pelín, casi nada- la melena, toca continuar. No exactamente con lo de siempre porque el rio y el hombre cambian. El buen humor y el malo se arrastran a tus tareas, así como las resacas, los cansancios y esa serie que empezaste a ver aprovechando que ya podias descansar.

Podria ser peor. Podria no haber un lunes ni un martes. Podria no haber nada. Además, ya volverá a tocar descanso.

Un abrazo.

viernes, noviembre 23, 2007

Tao Te King 44





















Fama o integridad: ¿Qué es más importante?
Dinero o felicidad: ¿Qué es más valioso?
Éxito o fracaso: ¿Que es más destructivo?

Si miras a otros en busca de plenitud
nunca alcanzarás la autentica plenitud.
Si tu felicidad depende de posesiones
nunca estarás feliz contigo mismo.

Conténtate con lo que tienes;
regocíjate en que las cosas son como son.
Cuando comprendes que nada falta,
el mundo entero te pertenece.

jueves, noviembre 22, 2007

Ganar y perder




















Ayer me examiné de anatomía. El examen salió regular. Iba algo flojo para lo que se esperaba, y el nivel de exigencia fue muy alto. También se cumplió uno de mis mayores deseos de los últimos tiempos.

¿Triunfo y fracaso?
Apruebe o suspenda anatomia, he recogido una lección que no es nueva. Tardé varias semanas en coger el ritmo de estudio adecuado, y el enfoque correcto. Además que yo mismo sabia que iba justo, justo. Y lo peor es que no quiero aprobar así. A nadie le amarga un dulce, dicen. Pero aprobar sin saber, y luego tener la duda de si te lo has merecido o no, y al tiempo no tener ese conocimiento básico y fundamental para ejercer la profesión...

Y el éxito. Cuando deseas algo, alguien, alguna cosa, y te ciegas en el puro deseo, en el anhelo... Te permites olvidar quien eres e incluso que es lo que necesitas realmente. Y cuando la persona o cosa llega, y calmas tu deseo, recuperas la serenidad suficiente para comprender donde estás. Y no es donde creías al principio.

Deshacer tus acciones, sobretodo cuando afectan a otros, segundos o terceros, no es facil. Obviamente se aprende más sobre uno mismo y los demás intentando cosas que quedándose mano sobre mano, y creo firmemente que estamos aquí para aprender. Ese es uno de los pocos sentidos que tiene la existencia.

Pero errar continuamente, sin extraer enseñanza o mejora de ello es un camino que baja en espiral. He visto a muchos tomarlo y resulta duro volver.

Este post no va de mi examen, ni de la anatomía. Por favor no me consueles o animes por eso. Gracias, pero no es necesario.

No te engañes, eso no importa hoy. Escribo sobre el triunfo, que puede ser verdadero y absoluto, más allá de lo esperado, y contener el germen de la destrucción por ello. Del sentido de ganar y perder, de los dos mentirosos que son triunfo y derrota. De lo vacío que me siento por haber ganado, y de la esperanza que tengo en mi derrota.

martes, noviembre 20, 2007

Lejos de Boneville





















Mañana tengo el examen, y estoy cansado. Cansado de estudiar, de dar vueltas a las distintas fibras y detalles del cuerpo humano, ya sea en una biblioteca, mi escritorio o incluso mi alfombra. Me siento igual que tras comer dos bolsas de palomitas. Me encantan, pero después de la primera bolsa es solo inercia, y tras la segunda... No me las mencionéis por favor.

La verdad es que necesito un azucarillo para recorrer los últimos metros. Reactivar esa fuente de energía que me sostiene todas las noches, mañanas y tardes, haga curro, clases particulares o que ponerse a estudiar. Hacer que vuelvan a irradiar fuerza y entusiasmo mis tripas, se calienten de nuevo las barras de uranio enriquecido en el interior de mi caldera nuclear, y Mazinger vuelva a Tokio para defender a los buenos.

Así que me he dado un baño caliente en mi bañera ecológica -es tan pequeña que casi se llena sin agua- me he puesto a curiosear los infinitos contenidos de mi disco duro -en ese ordenador que prometí no encender hasta el miercoles- y me he leido un par de números de Bone con frutos secos, y un zumo de piña.

¿Que es Bone? Es un tebeo genial, para todas las edades y con cierto aire épico que afortunadamente se ve disuelto por la ironia y el buen humor. Como si el Disney de los primeros cortos hubiera contado con Micky, Donald y Goofy para narrar su Señor de los anillos. Malos divertidos, abuelas heroicas, carreras de vacas, dragones que fuman puros... Y los bones, el bueno, el avaro y egoista y el felizmente bobo.

Me estoy pensando si comprarme la historia en ingles en un tomo -1300 paginas- o compro los tomos en español y a color, o si solo los leo por internet. Ya veremos, por mi cumpleaños solo me regalé un cuaderno azul - no el Aznar- y lo he acabado usando para hacer diagramas anatómicos.

Bueno, pues eso, que os deis un permiso para ser felices de vez en cuando, o los enanos os crecerán y querrán dejar el circo. Normalmente no hacen falta cosas con precio, basta parar o hacer eso para lo que "nunca hay tiempo". Pero tampoco es malo comprarse un buen pastel de chocolate y zampárselo. O un buen libro.

Y ahora con vuestro permiso me pondré a meditar, luego un par de horas de estudio, y mañana sera otro día. Besos

Pd:La editoria de Bone ha puesto el primer número gratis en la red. Si teneis cinco minutos podeis descargarlo desde aquí y leerlo. Pero cuidado, reiros puede ser bueno para vuestra salud

La Esfinge de Gizeh, de Lord Dunsany





















Vi el otro día la faz pintada de la Esfinge.
Ella había pintado su rostro para así flirtear al Tiempo.
Y él no ha perdonado a ninguna otra faz pintada en el mundo entero salvo la suya.
Dalila era más joven que ella, y Dalila es polvo.
El tiempo no ha amado nada salvo esta faz pintada y sin valor.
No me importa que sea fea, ni que se haya pintado el rostro, con tal que ella sola sonsaque al tiempo su secreto.
El tiempo reposa como un necio a sus pies cuando habría de estar abatiendo ciudades.
El tiempo jamás se harta de su tonta sonrisa.
Hay templos repartidos en torno a ella que él ha olvidado saquear.
Yo vi a un viejo pasar, y el tiempo jamás lo tocó.
¡El Tiempo, quien ha cargado con los siete portales de Tebas!
Ella ha tratado de atarlo con cuerdas de arena eterna, tenía la esperanza de oprimirlo con las Pirámides.
El yace allí en la arena con sus absurdos cabellos esparcidos sobre las patas delanteras de ella.
Si ella descubre alguna vez su secreto le arran-caremos los ojos, para que así no encuentre más nuestras cosas bellas —hay preciosos portales en Florencia con los cuales temo que cargará.
Hemos intentado sujetarlo con canción y con costumbres de antiguo, mas tan sólo le retuvieron por un pequeño intervalo, y él nos ha siempre abatido y se ha mofado de nosotros.
Cuando esté ciego él bailará para nosotros y nos dará diversión.
El gran y torpe Tiempo tropezará y danzará, él que gustaba de dar muerte a niños pequeños, y no puede ya dañar ni siquiera a las margaritas.
Entonces se reirán nuestros niños de aquel que aniquiló a los toros alados de Babilonia, y eliminó grandes cantidades de los dioses y hadas —cuando se le hayan podado sus horas y sus años.
Lo encerraremos en la Pirámide de Keops, en la gran cámara donde el sarcófago se encuentra. Desde allí le guiaremos afuera cuando celebremos nuestros banquetes. Él madurará nuestro maíz para nosotros y nos hará labores domésticas.
Besaremos vuestra faz pintada, oh Esfinge, si traicionais a nosostros al Tiempo.
Y sin embargo temo que en su angustia final pueda él aferrar al mundo y a la luna, y lentamente derribar sobre sí la Mansión del Hombre.

sábado, noviembre 17, 2007

Una semana de noche. Angeles sonámbulos, de Rafael Alberti























Llevo ya una semana de noche. Se acerca mi examen, anoche hubo celebración y cena laboral. Luego una larga madrugada. Me he despertado hoy antes del crepúsculo, y me sentiré fuerte cuando la luna se alce, como los vampiros ancianos.

Insensiblemente mi horario se ha desplazado a la oscuridad, desde este cuarto cálido, cerrado, donde los únicos objetos reales son un atlas, una libreta y la alfombra. Terminará al miercoles, con el examen. He consultado mi otro oráculo, y libro entonces hasta la noche del domingo, unos días libre de la noche, del día, y de estos días libres para estudiar. De vuelta a la vida, la de siempre, que nunca es como esperas. O en eso confío.

--------------
Angeles sonámbulos

1
Pensad en aquella hora:
cuando se rebelaron contra un rey en tinieblas
los ojos invisibles de las alcobas.
Lo sabéis, lo sabéis. ¡Dejadme!
Si a lo largo de mí se abren grietas de nieve,
tumbas de aguas paradas
nebulosas de sueños oxidados,
echad la llave para siempre a vuestros párpados.
¿Qué queréis?
Ojos invisibles, grandes, atacan.
Púas incandescentes se hunden en los tabiques.
Ruedan pupilas muertas,
sábanas.
Un rey es un erizo de pestañas.

2
También,
también los oídos invisibles de las alcobas,
contra un rey en tinieblas.
Ya sabéis que mi boca es un pozo de nombres
de números y letras difuntos.
Que los ecos se hastían sin mis palabras
y lo que jamás dije desprecia y odia al viento.
Nada tenéis que oír.
¡Dejadme!
Pero oídos se agrandan contra el pecho.
De escayola, fríos,
bajan a la garganta,
a los sótanos lentos de la sangre,
a los tubos de los huesos.
Un rey es un erizo sin secreto.
Como yo, como todos.
Y nadie espera ya la llegada del expreso,
la visita oficial de la luz a los mares necesitados,
la resurrección de las voces en los ecos que se calcinan.

Maestros por todas partes






















Llevo unos dias de lecciones.

No es solo la anatomia. De hecho, aunque estoy estudiando más que antes mientras se acerca el examen, creo que es de lo que menos estoy aprendiendo.

Aprendo de cosas muy diversas, como las relaciones humanas y los juegos y bailes que establecemos hombres y mujeres. De que clase de padre podría ser en el futuro. De los miedos que encierro en mi pecho, y lo que me pueden llevar a hacer. Del miedo que yo también, levanto en corazones ajenos, y de responsabilidad y amor por tu trabajo.

Son muchas cosas distintas, pero es que estoy teniendo muchos maestros diferentes, y cada uno me aporta algo nuevo.

De amigas, nuevas y antiguas, ese juego excitante pero viejo que jugamos las personas. El deseo y el ser deseado. Las esperas, el hacer grato, cercano y similar o exótico y especial a la otra persona. Inevitablemente estoy más experimentado ahora que antaño, y voy viendo las cosas, aunque sea a posteriori. Es extraño descubrir que estás tomando posiciones y papeles, reaccionar y causar reacción. Pero es divertido. Mucho.

He ido a una tienda donde siempre tuve problemas. Necesitaba cambiar un ratón roto, y al llegar me he dado cuenta que estaba tenso, a la defensiva. Que estaba esperando una pelea que no se ha producido ni tenia porqué pasar. Que los comentarios anodinos del técnico que tomaba como algo personal, no lo eran. Incluso yo en su lugar habria utilizado las mismas palabras en ese contexto. Y me he marchado con mi ratón nuevo, y una extraña sensación de sorpresa.

Y en el trabajo igual. De quien esperas un ataque porque no te llevas nada bien, porque teme a todos y los considera sus enemigos, descubres que hoy no hay guerra, aunque tampoco aprecio. Algunas críticas que sirven para ponerte en tu sitio, reafirmarte y reconocer lo que has hecho mal. Y dar gracias al destino porque esto viene ahora que no es importante, y se puede resolver.

Padre, porque así me estaba sintiendo respecto de un compañero de piso y otros amigos que veo cotidianamente desperdiciar su potencial y repetir los mismos errores. Esta semana he comprendido que no quiero ser su padre. Y tampoco quiero ser un padre sobreprotector ni rígido. Solo quiero ser mi propio padre, ahora, y de mis hijos cuando los tenga. Y quiero permitir que ocurran los errores -con algo de red para que los saltos no sean mortales- porque solo de los errores se aprende verdaderamente. Y despues de caer levantarse, sin rencores ni más preocupaciones.

¿Y la responsabilidad y amor por el trabajo? De la batallita laboral anterior, de darme cuenta que soy mucho mejor trabajando de lo que pienso. Y del ejemplo de la novela "Hornblower y el Hotsput" de Cecil Scott Forester, tercera novela sobre la vida de un inteligente y realista marino ingles en los tiempos de Nelson. Un joven capitán de barco que ama lo que hace y entiende el mundo y su vida desde el respeto a su profesión y a los que le rodean. Que no es poco.

viernes, noviembre 16, 2007

Tao Te King 24, más que humildad, sencillez






















El que se pone de puntillas no se sostiene con firmeza.
El que camina a grandes zancadas no llega lejos.
El que se exhibe no es luminoso.
El que se justifica a sí mismo no alcanza fama.
Al que se vanagloria nadie le cree.
El que se enorgullece de sí mismo no llega a ser jefe..
Para el Tao, Estas cosas se llaman "las heces y excrecencias de la Virtud",
y son repugnantes.
Por eso el hombre del Tao las rechaza.

jueves, noviembre 15, 2007

El silencio de las sirenas, de Franz Kafka

























Existen métodos insuficientes, casi pueriles, que también pueden servir para la salvación. He aquí la prueba:

Para guardarse del canto de las sirenas, Ulises tapó sus oídos con cera y se hizo encadenar al mástil de la nave. Aunque todo el mundo sabía que este recurso era ineficaz, muchos navegantes podían haber hecho lo mismo, excepto aquellos que eran atraídos por las sirenas ya desde lejos. El canto de las sirenas lo traspasaba todo, la pasión de los seducidos habría hecho saltar prisiones mas fuertes que mástiles y cadenas. Ulises no pensó en eso, si bién quizá alguna vez, algo había llegado a sus oídos. Se confió por completo en aquel puñado de cera y en el manojo de cadenas. Contento con sus pequeñas estratagemas, navegó en pos de las sirenas con inocente alegría.

Sin embargo, las sirenas poseen un arma mucho más terrible que el canto: su silencio. No sucedió en realidad, pero es probable que alguien se hubiera salvado alguna vez de sus cantos, aunque nunca de su silencio. Ningún sentimiento terreno puede equipararse a la vanidad de haberlas vencido mediante las propias fuerzas.

En efecto, las terribles seductoras no cantaron cuando pasó Ulises; tal vez porque creyeron que a aquel enemigo sólo podía herirlo el silencio, tal vez porque el espectáculo de felicidad en el rostro de Ulises, quien sólo pensaba en ceras y cadenas les hizo olvidar toda canción.

Ulises, (para expresarlo de alguna manera) no oyó el silencio. Estaba convencido de que ellas cantaban y que sólo él se hallaba a salvo. Fugazmente, vió primero las curvas de sus cuellos, la respiración profunda, los ojos llenos de lágrimas, los labios entreabiertos. Creía que todo era parte de la melodía que fluía sorda en torno de él. El espectáculo comenzó a desvanecerse pronto; las sirenas se esfumaron de su horizonte personal, y precisamente cuando se hallaba más próximo, ya no supo mas acerca de ellas.

Y ellas, más hermosas que nunca, se estiraban, se contoneaban. Desplegaban sus húmedas cabelleras al viento, abrían sus garras acariciando la roca. Ya no pretendían seducir, tan sólo querían atrapar por un momento más el fulgor de los grandes ojos de Ulises.

Si las sirenas hubieran tenido conciencia, habrían desaparecido aquel día. Pero ellas permanecieron y Ulises escapó.

La tradición añade un comentario a la historia. Se dice que Ulises era tan astuto, tan ladino, que incluso los dioses del destino eran incapaces de penetrar en su fuero interno. Por más que esto sea inconcebible para la mente humana, tal vez Ulises supo del silencio de las sirenas y tan sólo representó tamaña farsa para ellas y para los dioses, en cierta manera a modo de escudo.

martes, noviembre 13, 2007

El Peatón, de Ray Bradbury





















Entrar en aquel silencio que era la ciudad a las ocho de una brumosa noche de noviembre, pisar la acera de cemento y las grietas alquitranadas, y caminar, con las manos en los bolsillos, a través de los silencios, nada le gustaba más al señor Leonard Mead. Se detenía en una bocacalle, y miraba a lo largo de las avenidas iluminadas por la Luna, en las cuatro direcciones, decidiendo qué camino tomar. Pero realmente no importaba, pues estaba solo en aquel mundo del año 2052, o era como si estuviese solo. Y una vez que se decidía, caminaba otra vez, lanzando ante él formas de aire frío, como humo de cigarro.

A veces caminaba durante horas y kilómetros y volvía a su casa a medianoche. Y pasaba ante casas de ventanas oscuras y parecía como si pasease por un cementerio; sólo unos débiles resplandores de luz de luciérnaga brillaban a veces tras las ventanas. Unos repentinos fantasmas grises parecían manifestarse en las paredes interiores de un cuarto, donde aún no habían cerrado las cortinas a la noche. O se oían unos murmullos y susurros en un edificio sepulcral donde aún no habían cerrado una ventana.

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El señor Leonard Mead se detenía, estiraba la cabeza, escuchaba, miraba, y seguía caminando, sin que sus pisadas resonaran en la acera. Durante un tiempo había pensado ponerse unos botines para pasear de noche, pues entonces los perros, en intermitentes jaurías, acompañarían su paseo con ladridos al oír el ruido de los tacos, y se encenderían luces y aparecerían caras, y toda una calle se sobresaltaría ante el paso de la solitaria figura, él mismo, en las primeras horas de una noche de noviembre.

En esta noche particular, el señor Mead inició su paseo caminando hacia el oeste, hacia el mar oculto. Había una agradable escarcha cristalina en el aire, que le lastimaba la nariz, y sus pulmones eran como un árbol de Navidad. Podía sentir la luz fría que entraba y salía, y todas las ramas cubiertas de nieve invisible. El señor Mead escuchaba satisfecho el débil susurro de sus zapatos blandos en las hojas otoñales, y silbaba quedamente una fría canción entre dientes, recogiendo ocasionalmente una hoja al pasar, examinando el esqueleto de su estructura en los raros faroles, oliendo su herrumbrado olor.

-Hola, los de adentro -les murmuraba a todas las casas, de todas las aceras-. ¿Qué hay esta noche en el canal cuatro, el canal siete, el canal nueve? ¿Por dónde corren los cowboys? ¿No viene ya la caballería de los Estados Unidos por aquella loma?

La calle era silenciosa y larga y desierta, y sólo su sombra se movía, como la sombra de un halcón en el campo. Si cerraba los ojos y se quedaba muy quieto, inmóvil, podía imaginarse en el centro de una llanura, un desierto de Arizona, invernal y sin vientos, sin ninguna casa en mil kilómetros a la redonda, sin otra compañía que los cauces secos de los ríos, las calles.

-¿Qué pasa ahora? -les preguntó a las casas, mirando su reloj de pulsera-. Las ocho y media. ¿Hora de una docena de variados crímenes? ¿Un programa de adivinanzas? ¿Una revista política? ¿Un comediante que se cae del escenario?

¿Era un murmullo de risas el que venía desde aquella casa a la luz de la luna? El señor Mead titubeó, y siguió su camino. No se oía nada más. Trastabilló en un saliente de la acera. El cemento desaparecía ya bajo las hierbas y las flores. Luego de diez años de caminatas, de noche y de día, en miles de kilómetros, nunca había encontrado a otra persona que se paseara como él.

Llegó a una parte cubierta de tréboles donde dos carreteras cruzaban la ciudad. Durante el día se sucedían allí tronadoras oleadas de autos, con un gran susurro de insectos. Los coches escarabajos corrían hacia lejanas metas tratando de pasarse unos a otros, exhalando un incienso débil. Pero ahora estas carreteras eran como arroyos en una seca estación, sólo piedras y luz de luna.

Leonard Mead dobló por una calle lateral hacia su casa. Estaba a una manzana de su destino cuando un coche solitario apareció de pronto en una esquina y lanzó sobre él un brillante cono de luz blanca. Leonard Mead se quedó paralizado, casi como una polilla nocturna, atontado por la luz.

Una voz metálica llamó:

-Quieto. ¡Quédese ahí! ¡No se mueva!

Mead se detuvo.

-¡Arriba las manos!

-Pero... -dijo Mead.

-¡Arriba las manos, o dispararemos!

La policía, por supuesto, pero qué cosa rara e increíble; en una ciudad de tres millones de habitantes sólo había un coche de policía. ¿No era así? Un año antes, en 2052, el año de la elección, las fuerzas policiales habían sido reducidas de tres coches a uno. El crimen disminuía cada vez más; no había necesidad de policía, salvo este coche solitario que iba y venía por las calles desiertas.

-¿Su nombre? -dijo el coche de policía con un susurro metálico.

Mead, con la luz del reflector en sus ojos, no podía ver a los hombres.

-Leonard Mead -dijo.

-¡Más alto!

-¡Leonard Mead!

-¿Ocupación o profesión?

-Imagino que ustedes me llamarían un escritor.

-Sin profesión -dijo el coche de policía como si se hablara a sí mismo.

La luz inmovilizaba al señor Mead, como una pieza de museo atravesada por una aguja.

-Sí, puede ser así -dijo.

No escribía desde hacía años. Ya no vendían libros ni revistas. Todo ocurría ahora en casa como tumbas, pensó, continuando sus fantasías. Las tumbas, mal iluminadas por la luz de la televisión, donde la gente estaba como muerta, con una luz multicolor que les rozaba la cara, pero que nunca los tocaba realmente.

-Sin profesión -dijo la voz de fonógrafo, siseando-. ¿Qué estaba haciendo afuera?

-Caminando -dijo Leonard Mead.

-¡Caminando!

-Sólo caminando -dijo Mead simplemente, pero sintiendo un frío en la cara.

-¿Caminando, sólo caminando, caminando?

-Sí, señor.

-¿Caminando hacia dónde? ¿Para qué?

-Caminando para tomar aire. Caminando para ver.

-¡Su dirección!

-Calle Saint James, once, sur.

-¿Hay aire en su casa, tiene usted acondicionador de aire, señor Mead?

-Sí.

-¿Y tiene usted televisor?

-No.

-¿No?

Se oyó un suave crujido que era en sí mismo una acusación.

-¿Es usted casado, señor Mead?

-No.

-No es casado -dijo la voz de la policía detrás del rayo brillante.

La luna estaba alta y brillaba entre las estrellas, y las casas eran grises y silenciosas.

-Nadie me quiere -dijo Leonard Mead con una sonrisa.

-¡No hable si no le preguntan!

Leonard Mead esperó en la noche fría.

-¿Sólo caminando, señor Mead?

-Sí.

-Pero no ha dicho para qué.

-Lo he dicho; para tomar aire, y ver, y caminar simplemente.

-¿Ha hecho esto a menudo?

-Todas las noches durante años.

El coche de policía estaba en el centro de la calle, con su garganta de radio que zumbaba débilmente.

-Bueno, señor Mead -dijo el coche.

-¿Eso es todo? -preguntó Mead cortésmente.

-Sí -dijo la voz-. Acérquese. -Se oyó un suspiro, un chasquido. La portezuela trasera del coche se abrió de par en par-. Entre.

-Un minuto. ¡No he hecho nada!

-Entre.

-¡Protesto!

-Señor Mead...

Mead entró como un hombre que de pronto se sintiera borracho. Cuando pasó junto a la ventanilla delantera del coche, miró adentro. Tal como esperaba, no había nadie en el asiento delantero, nadie en el coche.

-Entre.

Mead se apoyó en la portezuela y miró el asiento trasero, que era un pequeño calabozo, una cárcel en miniatura con barrotes. Olía a antiséptico; olía a demasiado limpio y duro y metálico. No había allí nada blando.

-Si tuviera una esposa que le sirviera de coartada... -dijo la voz de hierro-. Pero...

-¿Hacia dónde me llevan?

El coche titubeó, dejó oir un débil y chirriante zumbido, como si en alguna parte algo estuviese informando, dejando caer tarjetas perforadas bajo ojos eléctricos.

-Al Centro Psiquiátrico de Investigación de Tendencias Regresivas.

Mead entró. La puerta se cerró con un golpe blando. El coche policía rodó por las avenidas nocturnas, lanzando adelante sus débiles luces.

Pasaron ante una casa en una calle un momento después. Una casa más en una ciudad de casas oscuras. Pero en todas las ventanas de esta casa había una resplandeciente claridad amarilla, rectangular y cálida en la fría oscuridad.

-Mi casa -dijo Leonard Mead.

Nadie le respondió.

El coche corrió por los cauces secos de las calles, alejándose, dejando atrás las calles desiertas con las aceras desiertas, sin escucharse ningún otro sonido, ni hubo ningún otro movimiento en todo el resto de la helada noche de noviembre.


F I N

Mi reino mi alfombra




















Aquí estoy, estos días que trabajo poco, que preparo mi examen y se acerca el invierno. Tengo el atlas de anatomía, los apuntes, una libreta para dibujar músculos y articulaciones, mi cojín y un brasero eléctrico.

No hace mucho frío por aquí, y tengo un escritorio monísimo de color caoba. Pero ¿quien quiere una mesa teniendo el suelo? Y ¿quien quiere cuando empieza el frío el suelo teniendo una alfombra de lana, peluda y cálida? Mi alfombra es grande y mullida, blanca como otros muebles de la habitación, y como no se puede caer más abajo que tendido en ella, en ella estudio, escucho música bajita y de vez en cuando miro por la ventana. Miro el trozo de cielo que asoma entre edificios y antenas. No es mucho cielo, pero basta, y se ve mejor desde el suelo.

Será que tengo más de gato de lo que recordaba. O de niño, porque de crío amaba leer y jugar en la gruesa y dura alfombra de casa de mis padres.

Quizás la alfombra es eso, la realidad más básica y necesaria , el suelo, del que sillas, sofás y camas son solo sustitutos.

Sea como sea, aquí estoy. Si te animas estás invitado a un té. ¿Donde? En mi casa. Y en la alfombra, claro.

domingo, noviembre 11, 2007

Intolerantes anónimos



Gracias a Carlos de Apodérate por enseñarme el vídeo. Siempre he pensado que la intolerancia y el miedo son problemas que curar. Y que las personas que los padecen tambien merecen superar esta limitación, y disfrutar de la paz de ser libre.

sábado, noviembre 10, 2007

El arrullo de las estrellas, de Manuel Hernandez





















Reflejos en el agua estaba cansada y dolorida. El frío, cada vez mayor, no hacía más que sumarse a la fatiga y el hambre para hacer más duro cada uno de sus movimientos. Pero hacía tiempo que Reflejos en el agua había decidido acallar todas esas sensaciones, no prestaba atención al dolor y el cansancio, ni siquiera a sus propios pensamientos. Sólo dejaba lugar en su mente para una única idea, un único objetivo: seguir adelante, hacia el Norte. Nada más. Un movimiento, luego otro, adelante, siempre adelante. Eso era lo que pretendía Reflejos en el agua, no prestar atención a las voces de su mente, a los recuerdos o la incertidumbre. Pero eso era algo muy difícil, y más en mitad de aquel silencio. Nunca antes en su vida había percibido un silencio como aquel. Ningún animal, ninguna voz en la lejanía. Nada. Sólo el viento. Y hasta el sonido de ese viento le resultaba vacío, pues no traía nada, estaba hueco. Ni el sonido de un ave, ni olor a lluvia, ni la calidez de costas lejanas. Sólo traía frío, nada más. Frío y un murmullo monótono que azotaba su mente con más fuerza incluso que con la que azotaba su piel.

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Antes de que el frío se apoderara de todo, antes de que llegara el Invierno, el agua nunca estaba silenciosa. Cuando no era la conversación de sus semejantes, o sus cantos en la lejanía, eran las voces y los sonidos de los animales: los delfines, las focas, las tortugas… incluso los cardúmenes de peces podían percibirse en la lejanía por su constante movimiento y cambios de rumbo. Y el cielo. El cielo nunca era el mismo, por el día el Sol y las nubes y las aves. Bailaban, formaban dibujos que nunca eran iguales. Y por la noche ¡cómo amaba las noches! No lo que ahora tomaba su lugar. Por las noches podía contemplar la Luna, siempre cambiante, nunca igual. Con su forma atrayendo las olas, dictando de memoria las mareas. Y siempre, incluso cuando no había Luna, Reflejos en el Agua podía contemplar las estrellas. Siempre las mismas, siempre distintas. Conocía los nombres de todos los archipiélagos de estrellas: La Ballena Mayor y Menor, La Gaviota del Sur, La Nebulosa del Cardumen… Conocía de memoria todos los pasos de su danza a través del cielo. Y aún así, era incapaz de cansarse contemplándolas. Cuando aún vivían los demás de su clan, Reflejos en el agua era la encargada de enseñar a los más jóvenes los nombres de las estrellas, a orientarse mirando el cielo. Durante horas cantaba los nombres de las estrellas y sus archipiélagos: El Arrullo de las Estrellas. Pero el Invierno había llegado y se lo había llevado todo.

Hacía tiempo que los ancianos observaban las señales del Gran Invierno: los glaciares crecían, las costas avanzaban, los inviernos eran más largos, las lluvias más cortas… Conocían las señales, sabían que el Gran Invierno se acercaba, pero no sospecharon que lo haría tan pronto. Pero lo hizo. El cielo se cubrió de nubes, pero no llovió. Las corrientes cambiaron. Las aguas se enfriaron. Los animales más pequeños empezaron a morir. Los ancianos dijeron que desde antes de que el Hombre muriera, o se marchara, pues los ancianos no lo sabían ni les importaba, nunca habían contemplado tantas desgracias. Pero las desgracias no se detuvieron allí, pues los suyos también comenzaron a morir. El alimento escaseaba, las aguas eran frías y las corrientes engañosas. Primero los ancianos, luego los pequeños. Poco a poco al principio, su pueblo fue menguando. Luego, lo hizo más deprisa. Los adultos también comenzaron a morir. Sin calor, sin sol, el plancton moría y el alimento escaseaba. Sin sus hijos ni sus padres, su tristeza aumentaba. Reflejos en el agua vio cómo su clan se extinguía poco a poco, lenta pero irremisiblemente. Todos los cantos que escuchaba en la lejanía traían las mismas noticias. Su pueblo moría. De todos los adultos de su clan, Reflejos en el agua era la más joven, y por algún triste motivo, fue la única en sobrevivir. La muerte la esperaba, eso era cierto, pues su fuerza no era mayor que la de los suyos, pero tardaría más en alcanzarla. Sola, triste, furiosa, desesperada, Reflejos en el agua viajó y viajó. Nadó buscando señales de los suyos, de otros clanes supervivientes. Entonó cantos de llamada y auxilio, una y otra vez. Murmuró y gritó notas sin sentido, más veces de las que podía recordar. Pero no recibió ninguna respuesta. El agua esta silenciosa, las voces apagadas, su pueblo, extinguido. La certeza, aún sin pruebas concluyentes, era aplastante para ella. Sabía que estaba sola, que era la última de su raza, y que, dentro de poco, cuando ella muriera lo haría todo su pueblo. Cuando el frío, el hambre y la pena acabaran con su vida, lo harían también con la última voz, con todas las canciones, con todo el legado de su raza. Tras ella no habría más historias, más nombres, más palabras en el Agua. El Invierno las habría matado, congelado y hundido para siempre. Puede que los peces, los crustáceos, o las cosas que se impulsan en las profundidades sobrevivieran al Invierno, pero la Palabra... Las palabras no sobrevivirían.

Asustada, desesperada, cansada de contar los días, Reflejos en el agua decidió poner fin a su vida antes de que lo hiciera el Invierno. El cómo, la manera, surgió de manera extraña e inesperada, como el cuerpo de uno de esos enormes calamares de las profundidades que emergen de repente a la superficie sin un aviso o una razón. Se quitaría la vida en las Orillas Hambrientas. Allí donde tantos de los suyos habían muerto sin desearlo, ella acabaría con su vida voluntariamente. Orillas Hambrientas era un lugar maldito para su raza, aunque recordado solemnemente. Hace mucho tiempo, ese lugar fue uno de los lugares de cortejo de su pueblo, allí acudían para desposarse y engendrar a sus chiquillos. Pero un día, los hombres aprendieron su costumbre y aguardaron allí año tras año para darles caza. Cuando emergían a las aguas superficiales, los hombres les arrojaban sus colmillos de metal y las aguas se teñían de rojo. Eran tiempos en los que su pueblo no dominaba aún la Palabra y tardaron en aprender a alertarse unos a otros del peligro de acudir a ese lugar. Aún así, la memoria de aquellas experiencias consiguió sobrevivir a esos tiempos oscuros y arcaicos, llegando hasta la generación de Reflejos en el agua. Por ello, su pueblo considera las Orillas Hambrientas un lugar digno de perdurar en la memoria, odiado y a la vez sagrado por ver morir a tantos de sus antepasados. Así, Reflejos en el agua decidió nadar hasta las Orillas Hambrientas y flotar sobre las aguas superficiales, no esperando recibir a su esposo como incontables generaciones atrás, sino esperando la muerte. Flotaría hasta alcanzar la orilla y allí, sobre la dura tierra, embarrancaría y se dejaría morir.

Sin dejar sitio en su mente a ninguna idea salvo esta y el movimiento de sus aletas, Reflejos en el agua emprendió su marcha. Y sin desearlo, el frío en su interior era mayor que el del Invierno.

* * *

La oscuridad envolvía a Zarpa Blanca. La oscuridad y el incesante azote del viento que la privaba de cualquier sonido u olor. Caminaba al azar, desorientada, sin un horizonte que seguir ni un rastro que husmear. De repente, entre la cortina blanca del viento y la nieve, una sombra. Se acercaba a ella de manera extraña, pues lo hacía sin dificultad, sin luchar contra el viento como hacía ella. El viento, por algún motivo, no quería detener sus pasos. Zarpa Blanca esperó a la silueta en tensión, asustada pero alerta. Si era una presa, sería bienvenida, si era un adversario, no tendría un combate fácil. Pero el rostro que emergió de la ventisca no era una cosa ni otra. Era él, Gruñido Ronco, su esposo. La estaba llamando, y ella, no encontrando ninguna razón en contra, se dirigió hacia él. Pero algo estaba mal en eso. Algo no encajaba, aunque no podía recordarlo. ¿Qué era?, ¿qué era lo que no tenía sentido…? Casi lo tenía cuando unos gruñidos acompañados de sollozos la alcanzaron desde la dirección opuesta. Eran los gruñidos de sus cachorros hambrientos. Entonces recordó qué estaba mal. Gruñido Ronco, su esposo, estaba muerto. Y en ese momento, se despertó.

Zarpa Blanca se incorporó lentamente, con dificultad. Se había quedado dormida, otra vez. Sus hijos mordisqueaban en vano sus pechos, buscando algo de leche con la que alimentarse. Pero eso era imposible. Hacía demasiado que no comía, y su cuerpo, apenas capaz de mantenerse en pie, no podía producir más leche para sus pequeños. Y eso estaba mal. Hacía días, semanas, que su esposo había muerto. Casi sin comer, dejando la mayor parte de las últimas presas para que ella se alimentara y amamantara a los pequeños, Gruñido Ronco había caído el primero. Llena de dolor, pero decidida a no dejar morir a sus hijos, Zarpa Blanca se alimentó del cuerpo de su esposo y así amamantó a sus pequeños unos días más. Pero no fueron suficientes. Llevaba semanas buscando una presa que cazar, pero le era imposible. El hielo era demasiado grueso para atravesarlo. No podría pescar ni cazar si no llegaba primero al agua, al océano. Allí podría atrapar alguna foca o quizá pescar algo. Sin embargo, el viento no dejaba ver más allá de unos pasos, ni tampoco le permitía encontrar ningún rastro que la llevara hasta la costa más cercana. Los hielos habían crecido rápidamente en los últimos meses, por lo que la geografía ya no era la que conocía y tampoco podía orientarse de ninguna manera. La única opción posible era avanzar en línea recta en una dirección cualquiera, con la esperanza de alcanzar la orilla del agua en algún momento. Eso claro, si no moría antes de hambre. Además, no podía avanzar muy deprisa pues no podía dejar atrás a sus cachorros. Si los dejaba solos para explorar, a parte de la posibilidad de que murieran de frío, era muy probable que no fuera capaz de encontrarlos de nuevo, no con ese viento que le impedía sentir cualquier olor o sonido.

El pueblo de Zarpa Blanca era joven y apenas conocía unas pocas palabras, y ninguna de ellas era capaz de expresar lo que ella sentía en ese momento. Así que lo que brotó de la garganta de Zarpa Blanca no fue ninguna palabra, sino un grito, grave y profundo, un desafío al viento, al frío y la nieve, a la soledad, al hambre y la muerte. Los pequeños se estremecieron y se aproximaron aún más al cuerpo blanco de su madre. Debía ahorrar fuerzas, ese fue el único pensamiento que hizo que Zarpa Blanca dejara de gritar. Las esperanzas eran muy pequeñas, pero Zarpa Blanca no podía hacer otra cosa más que agarrarse a ellas. Así que, apretó a sus pequeños contra su cuerpo y se dispuso a avanzar de nuevo en la misma dirección que mantenía desde hace días.

* * *

Antes de lo que imaginaba, Reflejos en el agua divisó las costas de Orillas Hambrientas. Pese a su profunda determinación de acabar con su vida, en cierto modo la llegada a su destino la alcanzó antes de lo que deseaba. Puede que, de una extraña manera, la decisión de morir por su propia voluntad, el poner fin a la incertidumbre y la duda con una decisión, aunque fuese tan funesta, otorgara cierta paz a la mente de Reflejos en el agua durante su viaje a las Orillas Hambrientas. Así, acabada la tarea del viaje, y obligada a dar el siguiente paso, Reflejos en el agua se sintió inquieta de nuevo. Pensaba, que tras las miserias y el sufrimiento de sus últimos días, el último paso sería más sencillo. Pero no fue así. A parte de la débil voz de su instinto de supervivencia, demasiado apagado ya como para oponer resistencia, había algo en su mente que dificultaba la toma del siguiente paso. Se trataba del recuerdo de su gente, de sus antepasados, la vergüenza por abandonar, ceder a la pena y renunciar a la vida. Su pueblo era una raza estoica, paciente, tenaz, que había sobrevivido a no pocas dificultades a lo largo de su historia. El suicidio no era una opción honorable o valiente para su raza, era la renuncia absoluta, la negación de todas las opciones. Pero Reflejos en el agua sabía, que en estos días no había más opciones, ni nadie de su raza para sentirse defraudado.

Lóbrega y decidida, Reflejos en el agua nadó hasta las aguas superficiales cercanas a las Orillas Hambrientas y contempló la costa a través del eco de su voz. Unos pocos metros más y la profundidad sería tan escasa que embarrancaría. Por última vez, se sumergió y lanzó una larga y profunda canción de llamada. Guardó silencio y esperó, más tiempo del razonable, más de lo que tardaría en responder cualquiera de sus semejantes, por muy lejos que se encontrara. Esperó con una terrible impaciencia, pues dejar pasar los segundos en espera de una respuesta era dejar espacio a la esperanza, la incertidumbre, la angustia. Emergió de nuevo y dejó de escuchar, poniendo fin a las dudas, la esperanza y el sufrimiento. Ya no había vuelta atrás. La decisión estaba tomada. Nadó enérgicamente en dirección a la orilla, usando las pocas fuerzas que había reservado durante el viaje, a ciegas, hasta que sintió el lecho de arena bajo su vientre. Con amarga determinación, Reflejos en el agua esperó a que la marea retrocediera, así su cuerpo quedaría fuera del agua, en mitad de la playa y ya no habría vuelta atrás.

Y esperó, pacientemente, abatida por el viaje y la tristeza, hasta que su piel quedó expuesta al azote del viento y el peso de su cuerpo, ya fuera del agua, descansó únicamente sobre su vientre. Ya estaba hecho, la decisión había sido tomada y ya no había posibilidad de arrepentirse. Esa idea, la imposibilidad de volver atrás la consoló ligeramente, al igual que la sensación de morir donde tantos de los suyos habían muerto años atrás.

Mientras esperaba que el frío y su propio peso acabaran con su vida, Reflejos en el agua se sintió apenada e impotente, con una gran sensación de pérdida. Pero no por ella misma, sino por su pueblo, por el legado de su raza. Con su muerte, se perderían todas sus historias, todos sus conocimientos, su lenguaje, los nombres que habían dado a las cosas… La Palabra desaparecería del mundo y este convertiría en un lugar silencioso, sin tiempo, sin historias… Las costas y las estaciones y las bestias perderían su nombre y sólo quedaría el Invierno, con su blanco silencio y las indolentes vidas de los pájaros, los peces y las bestias. En especial recordó las estrellas, las lecciones que daba a los pequeños sobre las materias del cielo y nostálgica, alzó la mirada. Pero arriba, sobre su cabeza no encontró más que el sudario de nubes y bruma con que el Invierno había reemplazado al cielo. Furiosa y triste, como si pudiera colgar del cielo ese fragmento de conocimiento y salvarlo de la muerte y el olvido, Reflejos en el agua comenzó a cantar con todas sus fuerzas. Se trataba del Arrullo de las Estrellas, la canción que cuenta la historia y los nombres de todas las cosas del cielo, tal y cómo las conocía su raza, tal y como ella la había cantado una y otra vez a los más jóvenes. El esfuerzo era enorme, cantar fuera del agua través del tenue aire, mientras sus costillas cargaban con el peso de su cuerpo. Pero no importaba, ¿qué mejor modo de morir que honrando el legado de su pueblo y recordando aquello que más amaba, las estrellas? Durante horas, Reflejos en el agua cantó y cantó, mientras el frío engullía su cuerpo. El mundo, la fatiga, el dolor, poco a poco todos fueron apagándose, hasta que sólo quedó su voz, y el recuerdo de las luces eternas del firmamento. Y después, cuando eso también se apagó en ella, el Invierno terminó de llevarse su vida, y con ella, todas las penas que le había traído.

* * *

Zarpa blanca se encontraba al límite de sus fuerzas. Sus cachorros apenas podían sostenerse y la cortina de viento y nieve seguía ocultando cualquier rastro de la costa, para ella la única posibilidad de supervivencia. Había perdido la cuenta de los días que llevaba caminando en línea recta a través de la ventisca, con la esperanza de alcanzar la costa antes de que ella o sus cachorros murieran de hambre. Detenerse y dormir era peligroso, corría el riesgo de no despertar, pero los pequeños llevaban demasiadas horas caminando y necesitaban descansar, ella misma necesitaba algo de descanso. Se detuvo, acurrucó a los cachorros junto a su pecho, los rodeó con su cuerpo y juntos se entregaron al sueño.

Zarpa blanca se despertó sobresaltada. Sus sueños volvían a ser oscuros y turbulentos, pero no se trataba de eso, era algo del exterior. Lo pequeños seguían durmiendo, no la habían despertado ellos, así que levantó la cabeza alertada. Al principio le costó separarlo del rugido del viento, pero allí estaba, otra cosa, un sonido nuevo. Zarpa blanca no pudo identificarlo, pero parecía el lamento de alguna bestia. Una presa, comida, cerca. Pero lo mejor de todo: provenía de una dirección. El viento no soplaba en la dirección adecuada para traerle su olor, pero podía seguirla por el sonido. Al fin una referencia, un rastro, un rumbo que seguir en mitad de la cellisca.

Zarpa blanca cargó con sus cachorros y se dirigió hacia la voz con toda la velocidad que le fue posible. Mientras seguía aquel sonido, empezó a apreciar en él cierta musicalidad, distintos tonos y pausas, como cuando ella arrullaba a sus cachorros. Con cada paso que daba, la canción, el lamento, se hacía cada vez más fuerte y claro, debía de estar bastante cerca. Por fin, Zarpa blanca apreció un cambio en el terreno, una ligera pendiente, y más tarde el olor del mar. La costa debía estar cerca. Y también un olor curioso, un animal, carne sin duda, parecido al olor de una foca pero distinto.

La ventisca amainó ligeramente y Zarpa blanca divisó un desnivel, el hielo acababa abruptamente unos pasos más adelante, la costa debía estar allí mismo. Aquel sonido, la canción, era ahora muy intensa, la presa debía estar muy cerca. Por precaución, desconociendo la naturaleza y estado de salud del animal, escarbó un pequeño hoyo y dejó allí a sus cachorros. Mientras ella no volviera, no se moverían de allí.

Lentamente, con cautela, Zarpa blanca alcanzó el desnivel y bajó por él hasta llegar a una playa al nivel del mar. La presa, la bestia que emitía aquella canción estaba allí. Enorme, majestuosa, moribunda. Zarpa blanca no había visto nunca una criatura como esa, al menos no tan cerca ni fuera del agua. Se trataba de un enorme pez, echado sobre la orilla, entonando sin cesar aquel lamento que era como una nana, como una canción. La criatura estaba al límite de sus fuerzas, moribunda y fuera de su medio natural. Era evidente que no podía huir ni prestar batalla. Cómo había ido a parar allí era un misterio, quizá el mar la había arrojado tan violentamente que no pudo regresar a las olas. No tenía importancia, la criatura la había traído hasta la costa, y su cuerpo la alimentaría durante días, eso era lo importante. Feliz, agradecida e impresionada por la enorme criatura, Zarpa blanca se quedó inmóvil, escuchando su triste y hermosa canción. Así se mantuvo hasta que el pez emitió una última nota y suavemente, murió.

El silencio sacó a Zarpa banca de su trance. Rápidamente fue en busca de sus cachorros y los colocó junto a uno de los costados de la criatura, donde quedaban al abrigo del viento. Contempló al enorme pez por unos instantes y tras pronunciar un silencioso agradecimiento, clavó las zarpas en su carne y empezó a comer. La carne y la sangre aún estaban calientes y fueron la primera comida y bebida de Zarpa blanca en muchos días. Comió hasta saciarse y cuando terminó se tumbó junto a sus hijos, esperando a que la leche llenara sus pechos. Cuando estuvo lista para amamantarlos los despertó y suavemente les guió hasta que comenzaron a mamar.

Lo había conseguido, sus cachorros vivirían y ella también. Conmovida, feliz, comenzó a arrullar a los pequeños y lo hizo con la misma canción que entonaba el gran pez, la misma que la había guiado a través de la ventisca y que había quedado grabada en su memoria. Así, Zarpa blanca enseñó a sus hijos la Nana del Gran Pez, y sin saberlo, con una lengua que no era la suya, les estaba enseñando los nombres de todas las estrellas.

El Invierno ocultó el cielo y cubrió la tierra y los océanos, pero la Palabra, aunque cambió de labios, no se extinguió.