miércoles, mayo 20, 2009

Chau número tres, de Mario Benedetti

















Te dejo con tu vida
tu trabajo
tu gente
con tus puestas de sol
y tus amaneceres.

Sembrando tu confianza
te dejo junto al mundo
derrotando imposibles
segura sin seguro.

Te dejo frente al mar
descifrándote sola
sin mi pregunta a ciegas
sin mi respuesta rota.

Te dejo sin mis dudas
pobres y malheridas
sin mis inmadureces
sin mi veteranía.

Pero tampoco creas
a pie juntillas todo
no creas nunca creas
este falso abandono.

Estaré donde menos
lo esperes
por ejemplo
en un árbol añoso
de oscuros cabeceos.

Estaré en un lejano
horizonte sin horas
en la huella del tacto
en tu sombra y mi sombra.

Estaré repartido
en cuatro o cinco pibes
de esos que vos mirás
y enseguida te siguen.

Y ojalá pueda estar
de tu sueño en la red
esperando tus ojos
y mirándote.


Nos deja Benedetti. Lo supe ayer, cuando me envió un amigo este poema y ninguna explicación. Se marcha y no volverá, tenganlo por seguro, pero también, como dice en el poema, que seguirá aquí, en los arboles añosos, en el horizonte y en el tacto, y donde alguien diga bajito, como susurrando de cerca, te quiero.

viernes, mayo 15, 2009

El precio de la felicidad


















Para un pesimista no hay mayor castigo que ver cumplidos todos sus deseos. Al tiempo, es un regalo, porque su respectiva de que este es el peor de los mundos posibles se reforzará con el inevitable reves que sufrirá su fortuna poco después.

Para un optimista auténtico, ya se han cumplido buena parte de sus deseos, y cada una de las cosas que ocurren son la confirmación de lo bueno que está por llegar. Y si ocurre lo que sueña, no se arredrará y saldrá a disfrutarlo con toda naturalidad.

Entre ambos me encuentro yo, cada dia más lejos del primero y no se si cerca del optimismo o simplemente andando al ritmo que me dejan mis pies. Si que he vivido este tiempo la bendición - o prueba- de ver cumplido uno de mis deseos, y me he dado cuenta que la infelicidad es un territorio más facil, conformista y menos necesitado de coraje que la felicidad.

La infelicidad es cosa de burocratas, solo firmas, o sea, abres el ojo y está alli, como una chaqueta mal colgada o los restos de la cena de antes de ayer. No hay que hacer nada más. La felicidad necesita el valor diario de creer que la mereces, de disfrutarla, y de seguir caminando para compartir camino con ella.

La infelicidad hastia, pero no fatiga. La felicidad exige vivir, estar presente para no ajarse y perder su valor.

Así estoy yo. Tengo la mejor compañera posible en ese camino, y aunque a veces me aturde tanto vivir que no llego a escribir ni en este blog ni en ninguna parte, es lo que habia deseado, lo que deseo, y lo que - mientras me lo crea y lo desee- me merezco. Algunos dias es facil y natural, otros debemos luchar contra el miedo o el conformismo. Siempre merece la pena.

Animo y si veis la oportunidad, sed felices. No sabemos cuanto tiempo ni la felicidad ni la gente la que queremos van a compartir nuestros caminos.