sábado, agosto 30, 2025

Cuestiones gramaticales, de Lydia Davis



Cuestiones gramaticales


Ahora que se está muriendo, ¿puedo decir: «Aquí es donde vive»?


Si alguien me pregunta: «¿Dónde vive?», ¿puedo contestar: «Bueno, no es exactamente que esté viviendo, se está muriendo»?


Si alguien me pregunta: «¿Dónde vive?», ¿digo «Vive en Vernon Hall», o debería decir: «Se está muriendo en Vernon Hall»?


Cuando esté muerto, podré decir, en pasado, «Vivió en Vernon Hall». También podré decir: «Murió en Vernon Hall.»


Cuando esté muerto, todo lo que le afecte estará en pasado. Aunque la frase «Está muerto» estará en presente, así como preguntas del tipo: «¿Dónde lo han llevado?» o «¿Dónde está ahora?»


Pero entonces no sabré si palabras como él y otros pronombres personales de la tercera persona son correctos en presente. Si él, una vez que esté muerto, seguirá siendo «él», y por cuánto tiempo.


Quizá la gente diga «el cadáver» y le llame «eso». Yo seré incapaz de decir «el cadáver» para referirme a él, porque para mí sigue siendo algo a lo que no podemos llamar «el cadáver».


Quizá la gente diga «su cadáver», pero tampoco me parece bien. No es «su» cadáver porque ya no es suyo, una vez que ya no tiene fuerza ni capacidad para poseer nada. No sé si existe un «él», aunque la gente diga: «Está muerto.» Parece correcto, sin embargo, decirlo. Quizá sea la última vez que él aún sea «él» en presente. O quizá no sea la última vez, puesto que diré: «Yace en su ataúd.» No diré, ni lo dirá nadie: «Ahí yace eso en su ataúd.»


Seguiré diciendo «mi padre» para referirme a él, después de su muerte, pero ¿lo diré sólo en pasado? ¿Lo diré también en presente?


Lo pondrán en una caja, no en un ataúd. Cuando esté en la caja, ¿diré «Lo que está en la caja es mi padre» o «Lo que está en la caja era mi padre»? ¿O diré «Eso que hay en la caja era mi padre»?


Seguiré diciendo «mi padre», pero quizá siga diciéndolo sólo mientras se parezca a mi padre, por lo menos aproximadamente. Luego, cuando se convierta en cenizas, ¿señalaré a las cenizas y diré: «Eso es mi padre» o «Esas cenizas fueron mi padre?» O «Esas cenizas son lo que fue mi padre?».


Cuando más tarde visite el cementerio, ¿diré: «Ahí está enterrado mi padre» o «Las cenizas de mi padre están enterradas ahí»? Pero las cenizas no pertenecen a mi padre, no son propiedad de mi padre. Serán «las cenizas que fueron mi padre».


En la oración «él se está muriendo», las palabras él se está más el gerundio sugieren que él participa activamente en algo. Pero él no se está muriendo activamente. Lo único que sigue haciendo activamente es respirar. Parece como si se concentrara en respirar, porque en respirar pone todo su empeño, arrugando un poco la frente. Se empeña en respirar, aunque seguramente no le quepa otra elección. A veces, por un instante, el pliegue entre ceja y ceja se hace más hondo, como si le doliera algo, o como si se esforzara más en concentrarse. Aunque pienso que arruga la frente por algún dolor interno o por algún otro cambio, parece, sin embargo, que se sintiera perplejo, o a disgusto, como si hubiera descubierto algo reprobable. He visto muchas veces en mi vida esa expresión, aunque jamás combinada con esos ojos entrecerrados y esa boca abierta.


«Se está muriendo» sugiere más actividad que «No le falta mucho para ser un cadáver». Quizá se deba a la palabra ser: podemos «ser» algo lo elijamos o no. Le guste o no, pronto «tendrá que ser» un cadáver. Ya no come.


«Ya no come» también sugiere actividad. Pero no depende de su elección. No es consciente de que no come. No es consciente de nada. Pero «no come» parece más correcto para referirse a él que «se está muriendo», por la negación. «No come» parece más correcto en este momento porque es como si él todavía rechazara algo y por eso arrugara la frente.


lunes, noviembre 18, 2024

Pelo de perro, de Lydia Davis



Pelo de perro

El perro se ha ido. Lo echamos de menos. Cuando suena el timbre, nadie ladra. Cuando volvemos tarde a casa, no hay nadie esperándonos. Seguimos encontrándonos pelos blancos aquí y allí por toda la casa y en nuestra ropa. Los recogemos. Deberíamos tirarlos. Pero es lo único que nos queda de él. No los tiramos. Tenemos la esperanza de que si recogemos suficiente pelo, seremos capaces de recomponer al perro.

miércoles, noviembre 06, 2024

Prometeo, de Franz Kafka


PROMETEO


De Prometeo nos hablan cuatro leyendas. Según la primera, por haber revelado a los hombres secretos de los dioses, fue encadenado en el Cáucaso, y los dioses enviaban águilas que le devoraban el hígado, que siempre volvía a crecer.

De acuerdo con la segunda, por el dolor que le producían los demoledores picotazos, se fue apretando contra la roca y penetrándola cada vez más, hasta hacerse uno con ella.

Según la tercera, en el transcurso de los milenios su traición fue olvidada; los dioses olvidaron, olvidaron las águilas, y hasta él mismo olvidó.

Según la cuarta, todos se cansaron de esa sinrazón. Los dioses se cansaron; se cansaron las águilas; la herida, cansada, se cerró.

Quedó la inexplicable cadena de montañas rocosas… La leyenda trata de explicar lo inexplicable. Dado que proviene de un fundamento de verdad, tiene necesariamente que terminar en lo inexplicable.

miércoles, octubre 30, 2024

La cama, de Jean Claude Fonder

 


LA CAMA

Cuando la compré por internet, la publicidad me vendió su capacidad de adaptarse a mi cuerpo: cuanto más la usara, mejor dormiría. Tenía cien días para probarla antes de que pudiera devolverla si no me gustaba.

La primera noche me levanté y fresco como una rosa no recordé nada. La noche siguiente fue incluso mejor, sentí que la cama me invitaba a refugiarme de nuevo en el útero de mi madre como un canguro. Una decena de noches más tarde veía a mi madre al lado del doctor observándome en la pantalla de una ecografía. Era tan agradable que me costaba mucho despertar y todo el día esperaba ansioso poder volver a la cama.

Cien días después de mi compra, el teléfono sonó en mi habitación. Mi padre y mi madre, que habían pasado una noche maravillosa en mi cama, no contestaron.

lunes, octubre 28, 2024

El blues del detective, Peter Moon





-La mejor respuesta a un poquer de ases es dejar el dinero del pozo, coger un taxi y marcharse de la mesa. No tiene sentido enfrentarse a gente con tanta suerte o tanta maña con las trampas.


Y si crees que vas a sacar una escalera de color? Preguntó un tipo imberbe al duro detective. Este levantó los ojos deliveradamente del vaso, como si su interlocutor fuera tan pequeño que hiciera falta levantar la vista. No era un insulto. John Stone era bastante miope.


-No hay escaleras de color, y si algun dia te crees que vas a hacer alguna eres tan ingenuo- y esto sono como un insulto especialmente denigrante- como el que cree que existen las rubias auténticas. Y te vendrá bien aprender la lección. Si señor...


La impaciencia y el respeto pugnaban en el joven periodista. No era poco conseguir una entrevista con uno de esos duros detectives que siempre habia admirado. De hecho, no con cualquiera, sino con Stone, que era más duro que Hammer, mas afilado que Spade y bebia más que ese del sueño eterno. Respecto a lo de beber, la sorpresa estaba pasando a la alarma.


El detective, enfundado en la pertinente gabardina, repelente de la lluvia, el whiskey y las rubias por ese orden,  parecia empeñado en superar cualquier apuesta sobre supervivencia o consumo de bebidas espirituosas. La botella de Canadian Club sobre la mesa habia fallecido en la última media hora, y ahora el sabueso buscaba con una mano torpe entre las profundidades de la gabardina. Si era una pistola, no temeria nada, pues no parecia capaz de apuntar ni al suelo, pero temia que encender un cigarrillo o sacar una petaca acabarian la entrevista en una ambulancia.


-Mira lo que te digo...-Miró y no vio nada, igual que el detective- Mira bien lo que te digo... novato. Una mano dio una sacudida, como un anzuelo mordido por un pez, y en un instante sacó un petaca abollada. Luego la mano subió hacia la boca con determinación.


-Mira lo que te digo... no existen las rubias autenticas, ni los casos sencillos ni los mayordomos inocentes. El mundo es un culo sucio y yo soy el encargado de limpiarlo, de sacar la basura y aun engañarme para creer que es posible hacer de el un lugar mejor. Pero es mentira, - y aquí echo un chorrito de whiskey en la dirección general de la boca, derramandolo por la gabardina- y tengo que ir hablando con todos los sospechosos, ponerme borde con ellos, coger a los tios de las solapas, y mirarlas a ellas a los ojos bien profundo, a ver si se adivina de que color llevan las bragas. Y te juro que las llevan todas negras. Negras, es un mundo muy muy oscuro, te lo tengo que jurar.

El detective rompió a llorar. Se le caian las lágrimas a pares, arrastrando las manchas de whiskey, los restos de carbonilla de los cigarrillos e incluso el gesto imperturbable de duro. Si quedaba algo ahora era un hombre que hubiese hecho mejor en prejubilarse mientras alguien esto dispuesto a asegurarlo, borracho, desmoralizado y que por un instante se da cuenta de que es un gilipollas. Que todos somos unos gilipollas, pero resulta que el también lo es. Mierda.

La entrevista dificilmente iba a terminar así. Pero tampoco es que hubiera empezado muy bien. Joven periodista de sucesos, casi sin experiencia, comete el error de principiante de invitar a un detective, experto en beberse el agua de los floreros, y tiene suerte en descubrir el nudo gordiano de la experiencia detectivesca, una lucidez solo relativa, ver como funciona el mundo, y al tiempo negarse a formar parte de el. Una estupidez selectiva que le suele llevar al final del caso, sin el dinero ofrecido por los malos, sin llevarse a la cama generalmente a alguna de las tipas que se tropieza por el camino y con una determinación de boquilla aún mayor por hacerse un plan de jubilaciones. Luego se beberá los beneficios para poder seguir en la cuerda floja y no cambiarse a otra profesión más sensata o sacar tajada de este mundo infecto, como hace todo el que le rodea.

Hasta la ingenuidad de un periodista reciente tiene sus límites. Llama dos taxis, uno para el y otro para la gloria novelada. Tiene cojones la cosa, concluye. Tiene cojones. Sube con la ayuda de un parroquiano al detective al primer taxi. Le da igual a donde lo lleve, aunque imagina a una oficina con cristal esmerilado, el nombre escrito en letras negras y un cajón del escritorio guardando otra botella de malta para continuar suicidándose. A nuestro protagonista le espera otra tarea más urgente. Hacer una fogata con todos los libros de detectives que tiene en su cuarto, y empezar a buscarse un trabajo de verdad. En otra ciudad.

miércoles, octubre 23, 2024

AYYY, de Angelica Gorodischer

 





AYYY

Sonó el timbre y ella fue a abrir la puerta. Era su marido.

—¡Ayyy! —gritó ella—, ¡pero si vos estás muerto!

El sonrió, entró y cerró la puerta. Se la llevó al dormitorio mientras ella seguía gritando, la puso en la cama, le sacó la ropa e hicieron el amor. Una vez. Dos veces. Tres. Una semana entera, mañana, tarde y noche haciendo el amor divina, maravillosa, estupendamente.

Sonó el timbre y ella fue a abrir la puerta. Era la vecina.

—¡Ayyy! —gritó la vecina—, ¡pero si vos estás muerta! —y se desmayó.

Ella se dio cuenta de que hacía una semana que no se levantaba de la cama para nada, ni para comer, ni para ir al baño. Se dio vuelta y allí estaba su marido, en la puerta del dormitorio:

—¿Vamos yendo, querida? —dijo y sonreía.

martes, octubre 15, 2024

Envidia, de Patricia Nasello

 



ENVIDIA 

Se mira en un trozo de espejo que los enanos tienen colgado en el cuartucho. Está flaca, ojerosa. 

—Exceso de trabajo —murmura para sí con rabia. 

En la foto del periódico, su madre, espléndida: el dinero de la corona paga las cirugías que mantienen esa juventud ficticia que ella ahora observa mientras siente que se ahoga en un agua helada, viscosa. 

No perderá sus mejores años escondida en un bosque trabajando como criada para siete avaros. 

—Inoculá tu veneno en esta manzana —ordena. La serpiente obedece, no se arriesga a sufrir las consecuencias terribles que podría acarrearle otro problema con una mujer. 

Coloca el fruto envenenado en una canastilla y acude a palacio.


martes, octubre 08, 2024

Artistas del trapecio, de Ana Maria Shúa

 

 Artistas del trapecio

No tengas miedo, volará, heredó nuestros genes, dice el artista del trapecio. Y desde el punto más alto lanza a su hija, un bebé todavía, por el aire, hacia los brazos de la madre, aterrada e infiel. No debería temer: por las artes de su verdadero padre, el mago, la niña realmente vuela. O les hace creer que vuela.

lunes, septiembre 30, 2024

Caballo Imaginando a Dios, de Augusto Monterroso

 



CABALLO IMAGINANDO A DIOS 

«A pesar de lo que digan, la idea de un cielo habitado por Caballos y presidido por un Dios con figura equina repugna al buen gusto y a la lógica más elemental, razonaba los otros días el caballo. 

 Todo el mundo sabe -continuaba en su razonamiento- que si los Caballos fuéramos capaces de imaginar a Dios lo imaginaríamos en forma de Jinete.»

miércoles, septiembre 25, 2024

DULCES REMEMBRANZAS de Enrique Anderson Imbert



DULCES REMEMBRANZAS


El viejo Manuel pide al ángel que lo haga niño. ¡Son tan dulces sus remembranzas de la niñez!

El ángel lo aniña.

Ahora Manuelito no tiene remembranzas.

martes, septiembre 10, 2024

LAS CIUDADES Y EL DESEO. 2, de Italo Calvino



LAS CIUDADES Y EL DESEO. 2 

 Al cabo de tres jornadas, andando hacia el mediodía, el hombre se encuentra en Anastasia, ciudad bañada por canales concéntricos y sobrevolada por cometas. Debería ahora enumerar las mercancías que se compran a buen precio: ágata, ónix crisopacio y otras variedades de calcedonia; alabar la carne del faisán dorado que se cocina sobre la llama de leña de cerezo estacionada y se espolvorea con mucho orégano; hablar de las mujeres que he visto bañarse en el estanque de un jardín y que a veces -así cuentan- invitan al viajero a desvestirse con ellas y a perseguirlas en el agua. Pero con estas noticias no te diré la verdadera esencia de la ciudad: porque mientras la descripción de Anastasia no hace sino despertar los deseos uno por uno, para obligarte a ahogarlos, a quien se encuentra una mañana en medio de Anastasia los deseos se le despiertan todos juntos y lo circundan. La ciudad se te aparece como un todo en el que ningún deseo se pierde y del que tú formas parte, y como ella goza de todo lo que tú no gozas, no te queda sino habitar ese deseo y contentarte. Tal poder, que a veces dicen maligno, a veces benigno, tiene Anastasia, ciudad engañadora: si durante ocho horas al día trabajas como tallador de ágatas ónices crisopacios, tu afán que da forma al deseo toma del deseo su forma, y crees que gozas por toda Anastasia cuando sólo eres su esclavo.

viernes, agosto 30, 2024

Borges y yo, de Jorge Luis Borges


BORGES Y YO 

 Al otro, a Borges, es a quien le ocurren las cosas. Yo camino por Buenos Aires y me demoro, acaso ya mecánicamente, para mirar el arco de un zaguán y la puerta cancel; de Borges tengo noticias por el correo y veo su nombre en una terna de profesores o en un diccionario biográfico. Me gustan los relojes de arena, los mapas, la tipografía del siglo XVIII, las etimologías, el sabor del café y la prosa de Stevenson; el otro comparte esas preferencias, pero de un modo vanidoso que las convierte en atributos de un actor. Sería exagerado afirmar que nuestra relación es hostil; yo vivo, yo me dejo vivir, para que Borges pueda tramar su literatura y esa literatura me justifica. Nada me cuesta confesar que ha logrado ciertas páginas válidas, pero esas páginas no me pueden salvar, quizá porque lo bueno ya no es de nadie, ni siquiera del otro, sino del lenguaje o la tradición. Por lo demás, yo estoy destinado a perderme, definitivamente, y sólo algún instante de mí podrá sobrevivir en el otro. Poco a poco voy cediéndole todo, aunque me consta su perversa costumbre de falsear y magnificar. Spinoza entendió que todas las cosas quieren perseverar en su ser; la piedra eternamente quiere ser piedra y el tigre un tigre. Yo he de quedar en Borges, no en mí (si es que alguien soy), pero me reconozco menos en sus libros que en muchos otros o que en el laborioso rasgueo de una guitarra. Hace años yo traté de librarme de él y pase de las mitologías del arrabal a los juegos con el tiempo y con el infinito, pero esos juegos son de Borges ahora y tendré que idear otras cosas. Así mi vida es una fuga y todo lo pierdo y todo es del olvido, o del otro.
No sé cuál de los dos escribe esta página.