LA CAMA
Cuando la compré por internet, la publicidad me vendió su capacidad de adaptarse a mi cuerpo: cuanto más la usara, mejor dormiría. Tenía cien días para probarla antes de que pudiera devolverla si no me gustaba.
La primera noche me levanté y fresco como una rosa no recordé nada. La noche siguiente fue incluso mejor, sentí que la cama me invitaba a refugiarme de nuevo en el útero de mi madre como un canguro. Una decena de noches más tarde veía a mi madre al lado del doctor observándome en la pantalla de una ecografía. Era tan agradable que me costaba mucho despertar y todo el día esperaba ansioso poder volver a la cama.
Cien días después de mi compra, el teléfono sonó en mi habitación. Mi padre y mi madre, que habían pasado una noche maravillosa en mi cama, no contestaron.
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