Ya he vuelto de Berlin. La ciudad sigue ahí, enorme, maravillosa, con su tiempo variable y la paz de sus calles tranquilas.
Llegar a Murcia ha supuesto el viaje de regreso, una siesta de 11 horas y un ajuste a esta vida que continua. Marcharme fue una recompensa, un respiro. Pero también un modo de retrasar esto que tengo entre manos, que es la vida de todos los dias.
Si pienso en todos los dias del mundo, en todo lo que ha de llegar me entra algo de miedo. Miedo por lo que será, por lo que quizás no llegue. Miedo, por la enormidad del mundo. No tengo claro si realmente se cuales son las cosas que me gustan. Si cumpliré los programas o no, y si el hecho de cumplirlos significará algo.
Una amiga me ha dicho hace unos minutos que a todo el mundo le cuesta arrancar, que es normal tener dudas, que quizás soy demasiado duro, demasiado exigente.
No lo se...
Sí que lo se. Es el propio ojo el que crea la distancia. La propia idea del tiempo la que engendra la noción del fracaso. Los errores - y aciertos- de ayer son lo que me ha dejado aquí, y siempre he hecho las cosas -como todo el mundo - lo mejor que he sabido.
No pensar tanto, sino simplemente vivir. Acercarse a la inmensa montaña la reduce a las rocas más cercanas. Si te acercas lo bastante, solo verás una piedra, la que tengas enfrente. Si miras más cerca aún, solo una faceta, una parte de la roca. Y al final, solo se ven cada uno de los granos de arena que la contituyen.
"... El árbol que casi no puede rodearse con los brazos,
brotó de un germen minúsculo.
La torre de nueve pisos,
comenzó por un montón de tierra. El viaje de mil millas,
empezó con un paso... "
De modo que miraré fijamente solo el día de hoy, este único paso que doy cada vez. Dormiré mis horas, haré lo que pueda, y lo que se quede fuera, mañana tocará.
Angustiarse o no, es cosa de un suspiro, de abrir los ojos o cerrarlos, de tener algún modo de explicarse. Menos mal...