lunes, marzo 20, 2006
Llovió
Esta noche he sufrido un ataque de memoria. De recuerdo. He visto las carreteras mojadas, el paraguas ha estado a mano los últimos dias, y he recordado clara y sorpresivamente otro dia de lluvia, la primera y casi única del otoño. Entonces fue así...
Llueve
Esta mañana me he levantado a las siete. El movil de un extraño estaba haciendo un ruido espantoso, y era imposible dormir. Me levanté de la cama para cerrar la ventana y bloquear el sonido, cuando volvió a sonar frente a mí.
Era mi movil, y eran las siete.
El vino de anoche, delicioso, me habia dejado grafittis en las tripas, y por la ventana apenas entraba luz. Juraria por el cielo y por mi cabeza que eran las cinco, que podria volver a la cama y suspender dos horas más la ejecución de levantarse.
Una mirada a mi reloj y otra al cielo. Eran las siete, y llovia.
Llovia un montón. Caia agua como solo ocurre en Murcia. Inviernos benignos, veranos calurosos y secos y lluvias torrenciales al principio de otoño y primavera.
Si lo que decian en la escuela era cierto, debia ser otoño, aunque ayer hicieran 40º.
Entendamos esto, en Murcia llueve como en ningún otro sitio, no porque caiga mucha agua, que llueve hasta un centenar de litros en un rato.
No, llueve tanto porque casi nunca llueve, lo llevamos en la conciencia, y nos resulta un fenómeno tan extraño, casi, como a un derviche.
De modo que siguiendo la tradición, elegí una ropa no adecuada para la lluvia, me puse mis sandalias, dejé la bici, que no tiene guardabarros, y a la calle.
En la calle ibamos todos sorprendidos, sin paraguas, girados como si del cielo calleran collejas, no agua, y nos entreteniamos con los juegos de lluvia. Mojarse, pisar charcos con un calzado inadecuado, pisar con tu coche los charcos y regar a los viandantes, ...
Y llegué al trabajo hecho una ducha, el edificio pulcro y fresco, los del turno del noche ojerosos pero secos, sonriendose de los que llegaban mojados y con aspecto cansado de sujetar el paraguas o conducir con lluvia, que no hay costumbre.
Y los que llegabamos empapados, mirando con aire de explorador amazónico a los del turno de noche, porque ya habiamos superado un desafio, y eramos veteranos en la lluvia de este año (no va a llover mucho más hasta primavera) y sabemos que ellos no han traido paraguas o quizas el coche, y acabarán igualmente mojados.
Exageras lo que llueve, buscando compasión o asustar a los secos, y tienes tema de conversación quince o veinte minutos ante el café de máquina. Es una vieja conversación, pero es agradable, como esa camisa vieja que te sigue gustando, y la lluvia cae blandamente, como si ahora que te has mojado, no tuviera prisa.
Al rato miras por la ventana, ves que flojea, le has dejado el paraguas a un compañero que trabajó de noche y se iba a mojar. Te puedes mojar tú más tarde. Quizas.
Quizas. Porque al rato ves que el cielo se despeja algo, y sabes que la lluvia no puede durar, pero me dá cierta pena, una pena infinita, sin principio ni final.
Porque, aunque parezca lo contrario, me gusta mucho la lluvia.
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