La prodigiosa historia
de la Ciudad de Bronce
Cayó la tarde y volvió Schariar al harén, como siempre. Y, como siempre, lo esperaba Sherezada. Vestida de rojo esta vez y sentada junto a un inmenso jarrón de bronce. Una vasija panzona pero de cuello fino, brillante, tallada con mucho arte y sellada con un tapón de cera. Y, aunque posiblemente contenía aceite, o vino, o bálsamo de la India, Sherezada le dijo al rey, sonriéndole con los ojos, que lo que en verdad contenía era un cuento.
-Fue por codiciar unos jarrones muy parecidos a éste que descubrieron la Ciudad de Bronce -dijo.
Mientras hablaba, pasaba los dedos por las molduras en forma de ramas que adornaban las asas.
Luego Schariar y Sherezada se sentaron y comieron delicados manjares, como siempre, en especial un pan de pasas y nueces que los dos encontraron delicioso. Y se amaron, como cada noche, sobre el gran lecho.
Pero, cuando Shariar soltó de su abrazo a Sherezada, ahí estaba Doniazada, acurrucada junto al jarrón y exigiéndole a Sherezada el comienzo del cuento.
Se hizo el silencio entonces, y Sherezada empezó.
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