
En este mundo existe el dolor. Nos acompaña desde que nacemos y quizás hasta nuestro último aliento.
Es algo terrible que compartimos todos los seres vivos, y contamos entre los mayores temores y adversidades. Existe el dolor fisiológico, que viene de enfermedades o heridas, y también el emocional y psicológico. El que nos produce equivocarnos, la soledad, el desamor, o contemplar en el telediario que el mundo es lo contrario a nuestras creencias y esperanzas.
Este mundo está lleno de dolor. Para evitarlo tomamos precauciones, píldoras, sufrimos miedo, y buscamos la ayuda de médicos y de guías. Buda, que era pragmático y creía imposible una existencia sin dolor, recomendó aceptarlo como parte de la vida. Para él, negar el dolor y pretender evitarlo a cualquier precio reduciría una dimensión completa de la existencia, quitando tanto como nos habría dado el dolor. Jesús nos habla del dolor propio de este mundo, de esperanza y de un fin para el sufrimiento en el reino de los justos.
Sea como sea, el dolor está aquí. ¿Por qué existe? ¿Hay algún beneficio en él o es algo enteramente perverso? Indudablemente es un maestro rápido y efectivo. Las palmetas de profesores, los látigos de esclavistas, el azote de la madre o el sufrimiento de caminar sobre una pierna rota, el dolor nos empuja a adaptarnos a la situación. Para un enfermo de cáncer o de fibromialgia lo hace participe del deterioro de su cuerpo.
Pero, ¿qué es? Nada de lo que he escrito aporta nada nuevo. Para intentar alcanzar alguna conclusión diferente tendré que hablar desde mi experiencia, sin ser objetivo, sin poner distancia entre el dolor y yo.
En mi vida, como en la de todos, el dolor tiene un lugar muy importante. De hecho, la mayoría de mis momentos importantes están llenos de dolor. Veo esos momentos de crisis, sin embargo, como la puerta necesaria para llegar a etapas más satisfactorias de mi existencia. Eso no quiere decir que el dolor no exista antes ni después de estos momentos, sino cada vez que he necesitado crecer, cambiar mi vida, he experimentado un diferente y profundo dolor. Como en el parto, desprenderme de mi vida anterior, de esa piel muerta, para alcanzar el siguiente escalón.
La analogía no es casual. ¿Sabéis que es una tormenta? Es la atmósfera intentando equilibrar dos partes de ella misma que presentan grandes diferencias. Por ejemplo, una masa de aire húmedo y cálido del mar Caribe y otra masa de aire frio que viene del norte. La diferencia entre ellas, y entre la masa templada de aire en que se convertirán tras la tempestad, es lo que produce un huracán de fuerza devastadora. Del mismo modo, si se introduce una mano helada en un baño caliente, sentirás un dolor similar al de quemarte, por la mera diferencia de temperaturas.
Si te golpeas suavemente una pierna, probablemente no te duela, pero si es un golpe más fuerte el dolor aparecerá seguro. Del mismo modo, una separación consensuada y deseada por los dos miembros de una pareja no produce el mismo dolor que ser abandonado o perder a tu compañero por accidente o enfermedad.
¿Que ocurre entonces? El dolor es en todos estos casos la manifestación de una falta de equilibrio, de la confrontación o cambio entre situaciones divergentes y el reajuste necesario. El dolor no es algo por si mismo. Es la expresión que notamos porque estamos vivos, de que las cosas no están bien y se está produciendo un profundo cambio para volver a la estabilidad.
Duele la pérdida de alguien o algo, y pasar de tener a no tener. Duele un cuerpo enfermo o herido porque su estado natural es la salud. Duele ver que el mundo no es como creemos que es o debe ser. Pero el dolor no es nada. Es la sombra provocada por un objeto entre el sol y nosotros. Es el dedo que señala la luna, pero no es la luna. Es una señal o el modo en que nosotros entendemos que las cosas no están bien, incluso que están arreglándose rudamente.
He sufrido, sufro, y no dudo que el dolor me espera, allí donde tenga que aprender o crecer más rápido que al ritmo natural y lento de todos los días. Cuando mi cuerpo cambie su estado del equilibrio – la salud- a otro distinto. Y cuando exista un conflicto entre mi mundo interior y el que está fuera de mi.
No creo que en este mundo exista nada porque sí, por pura maldad y sin razón alguna. Ni el dolor, ni la gente confundida, ni la que está convencida de poseer la verdad.
El mundo está aquí, y es tan nuestro como nosotros somos suyos. Podemos entenderlo, buscar el equilibrio o que este ocurra a pesar nuestro, con dolor. Sea como sea, el mundo y nosotros mismos, pasadas ya la tormenta y el sufrimiento habremos alcanzado de nuevo la paz. Cada vez que sea necesario.