martes, enero 23, 2007

Episodio del enemigo, de Jorge Luis Borges






























"Tantos años huyendo y esperando y ahora el enemigo estaba en mi casa. Desde la
ventana lo vi subir penosamente por el áspero camino del cerro. Se ayudaba con un bastón, con un torpe bastón que en sus viejas manos no podía ser un arma sino un báculo. Me costó percibir lo que esperaba: el débil golpe contra la puerta. Miré, no sin nostalgia, mis manuscritos, el borrador a medio concluir y el tratado de Artemidoro sobre los sueños, libro un tanto anómalo ahí, ya que no se griego. Otro dia perdido, pensé. Tuve que forcejear con la llave. Temí que el hombre se desplomara, pero dio unos pasos inciertos, soltó el bastón, que no volví a ver, y
cayó en mi cama, rendido. Mi ansiedad lo había imaginado muchas veces, pero sólo entonces noté que se parecía, de un modo casi fraternal, al último retrato de Lincoln. Serían las cuatro de la tarde.
Me incliné sobre él para que me oyera.
-Uno cree que los años pasan para uno-le dije-, pero pasan también para los demás. Aqui nos encontramos al fin y lo que antes ocurrió no tiene sentido.
Mientras yo hablaba, se había desabrochado el sobretodo. La mano derecha estaba en el bolsillo del saco. Algo me señalaba y yo sentí que era un revólver.
Me dijo entonces con voz firme:
-Para entrar en su casa, he recurrido a la compasión. Le tengo ahora a mi merced y no soy misericordioso.
Ensayé unas palabras. No soy un hombre fuerte y sólo las palabras podían salvarme. Atiné a decir:
-En verdad que hace tiempo maltraté a un niño, pero usted ya no es aquel niño ni yo aquel insensato. Además, la venganza no es menos vanidosa y ridícula que el perdón.
-Precisamente porque ya no soy aquel niño-me replicó-tengo que matarlo. No se trata de una venganza, sino de un acto de justicia. Sus argumentos, Borges, son meras estratagemas de su terror para que no lo mate. Usted ya no puede hacer nada.
-Puedo hacer una cosa-le contesté.
-¿Cual?-Me preguntó.
-Despertarme.
Y asi lo hice.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Siempre pienso en Borges como en un joyero: cada obra pulida hasta que refulge.

Recuerdo la expresión de Mozart cuando un rey le dice que a su música "le sobran algunas notas": ¡¿Sobran?! ¿Cuáles? ¿Cómo sacar una sola sin arruinar toda la estructura?

En este cuento está el juego (¿juego?) de siempre entre lo real y lo del sueño, la sutileza del existir.

Un placer.

Ashbless dijo...

Es siempre un gusto leer al maestro Borges, tanto en relato como en ensayo. Lástima que en este espacio solo tengan lugar estos diamantes.

La realidad es aquí un escape de un sueño que aunque reconocible como tal en los detalles, nos atrapa como solo puede hacerlo una pesadilla.
Próximamente sacaré otro relato de este autor, relacionado con este. Espero que te guste también.

Saludos