Ayer me dejé las llaves en casa.
No fue algo intencionado. Me habia levantado, y desayunado sin apenas ganas de más que leer el correo electrónico. Hice un poco de meditación, sin encontar el vacio de mi mente.
Y luego a yoga donde aunque no lo pareciera, mis rigidas lumbares volvieron a ceder un poco más. E hicimos la relajación, y mi cuerpo se ablandó y se abandonó, y mi mente tomó una ruta lateral, sin dejar de pensar, aunque más despacio.
Y tras charlar un ratito con mi profa, que es amiga, a casa corriendo. Tenia que comprar libros para regalar, para estudiar y para mí. Tenia que hacerlo deprisa, porque tenia tutoria de ingles con Pablo esa noche, y cientos de clases particulares, y ganas de ver a alguien, aunque no iba a verlo. Tenia que sacar de internet cien formulas de orgánica para nombrar con mis alumnos, pronunciar mis frases con acento british, y comer muy muy rápido.
Me vestí rápidamente, con la ropa de ayer, que fue un buen dia, y notando que hoy, al menos desde ayer, no era un dia para empezar nada. En mi interior se derrumbaba una ola, con una orgullosa cabeza de espuma.
Y salí a la calle, con una ruta en la cabeza, y las llaves en el escritorio, junto a mi jarrón...
Y me dí cuenta al cerrar la puerta. Llamé sin éxito a mi hermano, probé la puerta, y abandonada la esperanza de aprovechar todos los minutos de la mañana, salí a la calle...
El sol brillaba desmintiendo la fecha del calendario, completamente extraño a la umbria de mi cuarto, la suave penumbra de yoga,y la oscuridad de mi cabeza. Suficiente luz para deslumbrarte, cegarte y aún así ver cada hoja de cada arbol, cada destello en los cabellos y cada rincón del barrio. Y tomé la calle mas recta hasta el centro, no muy convencido de comprar ochenta libros, y sin ganas de empezar nada hoy.
Llegué a la plaza de Santo Domingo, hechando de menos la cámara de fotos. Por el camino me habia tropezado un par de azoteas curiosas, y descubierto dos edificios de fachadas tan nobles y cercanas que eran un tesoro que solo podrian ver y tocar a placer los vecinos de enfrente...
Y entonces ví el gran arbol de la plaza, el baobab de treinta y tantos metros, y me quedé allí de pie cinco minutos o siete, bloqueando el paso de una arcada, intentando meterme en la cabeza algo tan grande, hermoso y vibrante. Lo encuadré sin mi cámara, moví las palmeras y edificios unos metros a derecha e izquierda...
Y me puse a pensar en todas las cosas, en que este mismo pensamiento no seria posible sin haberme dejado las llaves en casa. Si al final encajarian todas las llaves en todas la cerraduras, si hay un nido para todos los pájaros que veia volar...
Luego una llamada que estaba deseando, planes que no encajan bien, que no apetecen... En la libreria no tenian ninguno de los libros, ninguno. Me volví a casa para que me abriera alguien, comí deprisa con las formulas de orgánica y a leer frases con acento británico entre bocado y bocado.
Y a correr con la bicicleta, y dar una clase y otra, y corregir los errores de profesores más titulados pero menos atentos, o con menos años de oficio.
Me siento bien enseñando, facilitando las cosas a mis alumnos, sintiendo mi pericia, como se sentiria un escultor al ver asomar la curva correcta de un brazo en el bloque de marmol.
Y tras corregir el tercer error de una profesora de instituto, me dí cuenta que el dia -yo- estaba mejor, que las cosas encajaban suavemente... Hice una llamada, dí la última clase, y fui a la libreria a buscar un libro para un regalo.
Si no lo encontraba, tendria que regalar mi libro. Y habia tomado la decisión cuando me tropecé con un amigo.
Un hombre elegante -viste a veces de colores claros, pero siempre con elegancia- y me hizo voluntaria y libremente un regalo, una promesa.
No me lo esperaba. La semana que viene hemos quedado. La semana que viene llegarán mis libros.
Anoche di mi clase de ingles, sin que importara lo que estudiase. Volví a casa y me acosté. Pese a todo se habian comenzado cosas. Hoy es otro dia.
Un dia en el que, como ayer, puede ocurrir cualquier cosa...
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