viernes, abril 07, 2006

Doce

Cuando la noche llega y enciende las luces del barrio, me acuerdo de tí, padre.

Tambien te recuerdo cuando me miro en el espejo, cuando me palpo los brazos, macizos y gordos, o cuando hago fuerzas y nadie me puede.

Me acuerdo de mamá pocas veces. Aquellas que me encuentro una mujer ya no tan bonita pero que lo fue, o cuando llueve. Últimamente no la veo mucho. A ti tampoco, pero es difícil no tenerte en la cabeza.

Cuando eres el hijo de alguien tan grande, tienes que subir mucho para que no te hagan sombra. Tu estas tan alto como el cielo, y solo que te quedas en tu palacio de las afueras y no visites el barrio nunca, evita que me eclipses totalmente.

Antes venias por acá. Tenias tus guerras con los otros hombres fuertes por el dinero, el territorio, por el respeto, y visitabas a las mujeres guapas del barrio para darte gusto.

Todas te recibian, muchas contentas de que las tuvieras, e incluso de darte algún hijo ¿Cuántos hermanos mayores tendré entre este barrio y los otros? No debiera preguntarlo. Reconocerlos es facil. Todos tus hijos han sido fuertes, hombres con coraje. Ninguno con tanta fuerza como yo, el último de ellos. Tampoco ninguno, ni siquiera yo, como tú.

Pero la fuerza se mide en las conquistas, y tu le robaste a tu padre y a los viejos jefes el poder, el respeto. Al abuelo lo mataste, vengando a tus hermanos y a la abuela, y al resto lo arreglaste para que fueran encerrados para siempre. Ahora tú estás en la cumbre en lugar de ellos, y yo, que soy tu hijo no voy a levantar mi mano contra ti.

Aquellos eran tiempos malos, me decias. Tiempos de gigantes, locos, de heroes. Este es un tiempo más modesto, mas tranquilo. Uno para ser feliz. Yo no soy feliz, padre.

La culpa la tiene tu esposa. Tu sabes que es celosa, egoísta, mala. Ni yo ni nadie la ha mirado mal o solo ha pensado en hacerle daño. Pero deberias castigarla. A mis hermanos les ha puesto en problemas, a ti te hace sufrir.

¿Y a mí? Yo que soy tu hijo predilecto en el barrio, que como nadie te doy gloria, y que a ella nunca la ofendí. Sí que lo hice. Al nacer. Al amar tu a mi madre una noche como no la amaste a ella ningun dia.

Y lo estoy pagando. Me envió a dos serpientes rastreras para hacerme daño cuando era pequeño, pero no contaba con la fuerza que habia heredado de tí. Cuando vió que era tan entero que no tenia miedo a nadie, buscó otra manera de dañarme. Si te hubiera tenido cerca quizas... Pero no era así, tu estabas en tu cielo, yo en el barrio. Me enganchó a todo lo malo, y esa fue mi perdición.

Mis fuerzas, mi coraje no sirvieron de nada. Me volví loco al final, y una noche maldita, en lugar de matarme, loco... Perdí a mi familia, maté a mi propia sangre...

Me encerraron y lograste que volviera a la calle, aunque el fiscal me la tenia jurada y queria encerrarme para siempre. Pero aunque he hecho muchas cosas, esta vez te juro que era inocente. Enajenación mental transitoria, como dijo el abogado.

Ella, que era la culpable, buscó el modo que su castigo pasara a mí, y así hacerte más daño. Me colocó otra vez abajo, al servicio de un mi primo, un cobarde, un desgraciado. Y tuve que hacerle sus trabajos, doce veces me mandó hasta que me devolvió la libertad.

Y lo hizo por miedo, porque veia mi fuerza, y que no teniendo miedo a nada, era tan manso que temió volviera a enloquecer de nuevo, repentinamente. Y como no me podia hacer matar por ser tu hijo, me liberó.

Doce trabajos, doce, y para nada.

Para nada no. La cazadora de piel con el León, que le quité con mis propias manos a su dueño, Nemeo, es ahora mi símbolo, junto con mi bate de olivo, y mi fama por los doce, y por los jefes y matones, los bestias que he matado, los actos de justicia que me abren camino por donde vaya.

Y así he seguido mi senda, encontrandome con las peleas, sirviendo tu causa cuando ha hecho falta, cada vez más desencantado por no ser ni un hombre normal ni ser como tú. A medio camino, atascado en este barrio que se me hace pequeño.

Tu perfecta e inteligente hija legitima, que tanto ha cuidado de todos sus medio hermanos, me ha ayudado una y otra vez, y cada una de ellas estaba más cerca de alcanzar mi destino, de tí. He derrotado arpias, gigantes, tiranos, dominado a amazonas y hombres valientes, he realizado hazañas como nadie puede ya.

Pero ahora que me hago mayor, y me fallan las fuerzas y los nervios de tanta lucha y tanta jornada. Aún levanto la vista al monte donde moras, oh Zeus, y deseo descansar de mis doce trabajos junto a tus pies, padre...

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