Ayer me levanté de la cama temprano, me cargué en la mochila todo lo posible, desde el exprimidor y naranjas a un hermoso libro sobre Delhi, y salí a a la calle. Era Navidad.
Pese a los 6º C, iba abrigadísimo. Guantes, bufanda, el feo chaquetón que uso en la montaña y unos viejos pantalones gruesos.
Al principio el contraste con el aire fresco de la noche me produjo frio, acostumbrado a calefacciones, nordicos y sudores en sofas y camas. Me sorprendió encontrar de nuevo las plazas, las iglesias, los edificios antiguos y bajos, la barriada de ladrillo que se levantó hace una decada... Todo era fascinante, lleno de detalles, alto y lejano más allá de lo que hubiera visto en nueve dias de fiebre. Por fín llegué al trabajo, y el dia transcurrió tranquilo, con charla y cotilleo, algunos, pocos, trabajos tontos, y el mejor rato que fue cuando saqué una silla al patio que forman los edificios, y me senté a tomar el sol.
El sol de invierno, que en estas tierras casi pica, es un gato sin uñas que intenta arañarte, que no se cansa en recorrerte con sus calidas patas toda la piel, que es oro líquido, un glorioso amarillo atraves de los parpados cerrados.
Al abandonarte al sol, entonces escuchas los pájaros, cantar allá, continuar de nuestro lado, volver a hacerlo girando sobre tu cabeza, luego más allá...
Fue el momento mejor de la última semana y media.
Luego, recogí la silla, sonreí a las escandalizadas o envidiosas operadoras, y continué mi gripe y mi turno. Volví a casa, cené, una tonta discusión, luego aluviones de mensajes, casi todos absurdos, e intentar dormir más que un rato y cosas que no he podido hacer, vueltas en la cama... Tengo que ordenar!
Y hoy he regresado al curro, ya el ritmo de todos los dias, infinitos marrones de toda la semana anterior, cosas que no quieren salir, sigo enfermo...
Así que me he hecho pequeño, esfuerzos concentrados y voces bajas, que no quiero acabar afónico, y he hecho el trabajo pequeño como yo, y no he permitido presiones, ni que se montaran pollos. Y conforme me he sentido mejor me he expandido, han llovido algunos marrones más, pero todo se ha resuelto, y he terminado poniendo a toda mecha la Sinfonia del Nuevo Mundo a toda caña en el curro, y soñando ser director de orquesta, de los cañeros.
A ver si en unos dias me acabo de curar y vuelvo a ser yo, sin limitaciones, y tengo otro rato para tomar el sol...
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