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Principios y finales son solo convenciones. El corazón del invierno guarda el verano por llegar, e igual que no hay nada aislado, no podemos fijar unas coordenadas para ningún comienzo. Pero por convención lo hacemos, aunque distorsione y simplifique toda la historia.
Imaginad alguien satisfecho. Muy satisfecho. Esa persona puede estar en un buen momento o solo cegarse ante un cambio próximo. La razón por la que se levanta cada dia, la parcela de paraiso que se niega a considerar que sea pasajera, se acaba. Se está acabando. Algunas escenas necesitan más de un personaje, y por mucho que quieras prolongarlas, si la otra persona abandona, pasan a convertirse en un monologo.
La crisis es muy profunda. Quizas no muy diferente de las rupturas, abandonos y soledades que se producen todos los dias a vuestro alrededor, pero que en esa perspectiva personal concreta es demoledora. Falta la razón de vivir y sin ella el mundo es ahora caótico, confuso, irracional. Tan distinto que no imaginas como puedes existir. El dolor lo es todo. Cada aliento y cada paso, cada recuerdo y cada pensamiento.
Buscas alivio, olvido, pero nada dura, y al extremo, el dolor es peor.
Tras profundizar en el sufrimiento durante dos meses, el pozo empieza a secarse. La herida sigue abierta, pero cuando llegas tan bajo como puedes, solo queda mejorar.
El mundo es un lugar confuso, las amistades de todos los dias han quedado divididas en dos bandos, y por eso mismo no valen. Y vivir sigue siendo algo sin sentido. De hecho, te das cuenta ahora que apenas puedes articular un pensamiento, que nada de lo anterior te vale, porque o está manchado de dolor o ahora parece una burla y un absurdo.
Así que nuestro personaje decide que va a levantarse, que va a aprender a ser feliz. Pero está vacio, sin saber quien o que es. Sin saber que es bueno o malo.
Y decide hacer un plan para poder recuperar la cordura y espera que en un tiempo la felicidad. Por un lado están las cosas que va a hacer para poder vivir consigo mismo. Y por otro lo que necesita pensar y saber para poder entender el mundo que le rodea sin inflingirse más dolor.
Falto de una orientación para entender la vida, porque las reglas de antaño han conducido al fracaso, busca pistas por todas partes. Encuentra un libro en el estante que no habia abierto nunca en serio. El Tao Te King. Contiene por lo que sabe una filosofia extraña, que permite entender el mundo de una manera oblicua, más abstracta pero quizás más eficaz a largo plazo. Cuando no tienes nada que perder, solo puedes ganar, así que pasea por las calles de su ciudad con el libro en el bolsillo. De vez en cuando lo abre. No entiende mucho, pero el esfuerzo de dar sentido a lo que lee le distrae de otros pensamientos más tristes. A veces capta ideas sobre otro modo de vivir.
Hay otros libros, como el Zen y el arte del mantenimiento de la motocicleta, de Pirsing, que hablan tambien de entender el mundo de una manera más sencilla y menos pretenciosa. Poco a poco las lecturas aumentan, aunque no siempre son coherentes. Le recomiendan algún libro de autoayuda pero desconfia de lo que sabe que no ha ayudado nada a mucha gente que conoce.
Por el otro lado, decide reconciliarse con su cuerpo. Toda su vida adulta ha despreciado el deporte, el esfuerzo. Mente sobre materia. Pero la mente no ha demostrado acierto alguno. Más bien una vicosa tendencia al dolor. Si somos 50% mente y 50% cuerpo, mientras logro ordenar mi cabeza, pondré mi cuerpo al dia, decide.
Y empieza a tener éxito. La confianza de no ser totalmente inutil supone una sorpresa. Pero el dolor sigue allí, martilleando todos los dias. Empieza a sentir el impulso de escapar del marco de su ciudad. Sube un dia a los montes cercanos, casi sin pensar, y cuando baja agotado pero satisfecho, se queda sorprendido.
Por primera vez siente el silencio en su cabeza...