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Se levantó a las tres. Había dormido durante la mañana, desde las nueve. Unas horas llenas de sueños ahora confusos, imágenes pegadas como la lengua al paladar.
Estuvo un rato adaptándose a la consciencia y vigilando el reloj, no se le pasara la hora. Y cuando ya no era posible esperar más, salió de la cama, se vistió con la ropa que llevara la noche anterior en el trabajo y salió de casa. Pedalear en bicicleta es siempre divertido, aunque estés tan destemplado que no te sobren el aparatoso anorak y la bufanda. Tomar algunos tramos en dirección prohibida, cortar por aceras y escurrirse entre los coches más lentos.
Todo para llegar con solo un minuto de retraso y que la madre de su alumno de matemáticas le anunciara que no iban a dar la clase.
-Espera que te doy el aguinaldo y hoy no dais clase, que llevas a mi hijo muy bien. Estoy muy contenta.
Sorpresa, un cierto picorcillo de orgullo, pero también ciertos problemas para aceptar esto. Llevaba horas haciendo fuerzas en su cabeza para estar ahí, dar la clase, y ahora pretendían pagarle por no darla. Le desearon feliz navidad, que lo disfrutara con la familia y que descansara. Maquinalmente, algo sorprendido aún dió las gracias. Estrechó la mano pequeña del estudiante y besó en las mejillas a la madre, menuda y con un vientre enorme de embarazada.
-Es la primera vez que me pasa esto, explicó. Y felicitó las fiestas, y deseó lo mejor. Adelantó las clases siguientes, donde tuvo que amenazar a los adolescentes con marcharse si no se esforzaban y dejar a otro en el puesto. Y después les explicó las virtudes de trabajar un poco en el momento correcto, de tomar en serio lo que haces. Se sintió bastante hipócrita, viviendo como vivía a salto de mata.
Salió corriendo. Tenia que ver a un amigo muy querido al que no veia desde octubre. Paró un segundo para ojear en una librería un libro que no iba a comprar por saber que tenerlo no iba a resolver sus problemas, y llegó muy justo a la cita.
Al principio no sabían donde ir. Su mente continuaba en la bicicleta, esquivando el tráfico. Sus pies parecían ir de un lado de la calle a otro. Su amigo esperaba sin prisas. Y al final fueron a tomar un té a una teteria cercana. Fue un rato delicioso. Por una hora sintió que merecía estar con ese amigo suyo, al que respetaba con exceso. Igual que la persona que el tenia enfrente, trabajaba muchas horas, vivía con frugalidad, y ultimamente no se estaba metiendo en muchos líos. No había construido una familia propia, ni veia apenas a los suyos, pero intentaba llevar su vida adelante. Se sintió apreciado, estimado. Casi comprendido.
Y luego cuando se quedó solo se retiró a casa. Se dio cuenta que no le había deseado a nadie feliz navidad, solo felices fiestas. La omisión le extrañó. Como tenia un todo a cien debajo de su casa, compró un pequeño belén de plástico. Lo colocó en el oscuro salón del piso compartido, ahora caótico por otra fiesta reciente a la que tampoco había asistido. Lo puso encima del televisor, el auténtico altar de la casa.
No sabia como colocar las figurillas de plástico. En su infancia había sido el severo padre el que montara el belén de barro, antiguo y artesanal, y no dejaba a nadie tocarlo. Así que estuvo ensayando posiciones. Reyes, pastores y los animales jugaron al corro entorno a la sagrada familia. Al final quedó casi satisfecho.
Un impulso le surgió sin entenderlo. Fue a su cuarto y pintó con letras caligráficas inglesas, onduladas y gráciles, una leyenda "¡Feliz Navidad! Paz en la tierra a las gentes de buena voluntad" en una cartulina. La colocó encima del nacimiento.
Esa noche trabajaba también. Saldría al curro en un par de horas. Hoy no había podido hacer preparativos para el viaje inminente a Francia. Afortunadamente los regalos de Navidad ya estaban comprados. Bueno, casi todos. La maleta la iba a dejar para otro día
Sin saber que hacer, acabó llenando la bañera, corta y estrecha, de agua caliente. Tenia frío aún, aunque el cuarto estaba templado. Cuando el agua caliente llegaba casi al borde se metió con cuidado. Se hizo un ovillo para cubrirse entero y pensó que el vientre de su madre habría adoptado la misma postura. Y que también la adoptaban los ancianos dementes del asilo si se los dejaba sin vigilar.
Sintió entonces que comenzaba a latirle un músculo bajo el ojo, por primera vez en años. No dejaba de pulsar y de moverse. Y entonces comprendió que podía estar teniendo un pequeño ataque de ansiedad. Ansiedad Navideña...